Paquita
no me quiere. Y lo más triste es que nunca lo hubiera imaginado de nos ser por
Facebook.
Una
vive feliz en su mundo pequeñito, merodea entre familiares, amigos, compañeros,
gente que comparte aficiones, y algún otro que pasaba por ahí. Cuando de pronto
alguien te pregunta si estás en Facebook, y como te da vergüenza preguntar qué
es eso, lo buscas en internet, te informas por encima, y decides que por qué no
probar, si es de lo más inocente.
Entonces
vas y te apuntas. A partir de ese momento la pantalla de tu ordenador se llena
de preguntas, se interesan hasta por tus más ocultos pensamientos, que si donde
naciste, que si a que colegio te llevaron, que si la universidad, el master y
el trabajo. Año de nacimiento, color de tus primeros zapatos. Qué sé yo, una
insistencia malsana a la que tu vas
contestando de forma automática más que todo por estar en la honda. “Hija, es
que no socializas”, te dice Adriana con cuatrocientos amigos y una foto en la
que solo se le ve un ojo y el dedo gordo del pie. Como si de pronto le hubiese
dado por pasar desapercibida. Y tú que no tienes ni idea a qué se refiere con
eso de socializar, vas y continuas dado información reservada sin encomendarte a
nadie.
Pones
la foto de un caimán para pasar desapercibida como Adriana, y cuentas hasta la
talla de sujetador de tu tía Angelita. A partir de ese momento aparecen en tu
muro nombres, no solo de algún amigo despistado del colegio, sino de todos y
cada uno de los primos, parientes, conocidos, o vecinos de cada uno de los
amigos de tus amigos. “Quizá conozcas a…” “Pues no, oiga pero ya que estamos en
plan social, lo aceptaré” ¿Quiere ser amigo de Allegro Torres?, él la quiere. Y
tú que al ver la foto te has quedado un poco, como diría yo, fría, ves feísimo
desairar a Allegro por mucho bigote y tatuajes que enseñe, y lo añades a tu lista.
“Ya
tienes ciento tres amigos” pone en la parte superior derecha de la pantalla. Y dejas
de salir a tomar cañas con los de siempre porque te has venido arriba y ahora
vas sobrada.
Tener
ciento tres amigos sin necesidad de calzarte
los tacones para verlos, es cómodo.
Pero
enseguida descubres que Allegro tiene mil trescientos y además va loco por las
paginas buscando más. “De eso nada”, decides. “Si allegro tiene más de mil, yo
el doble”.
Y te
vas enganchando. Un día abres Facebook y resulta que unos han compartido tu
enlace, a otros les encanta tu foto, y algunos hacen comentarios a tus
comentarios o te enseñan a guisar una lentejas a la marinera hediondas. Te
invitan a eventos en Chile y Ecuador, te animan a que visites Afganistán con
burka, te enseñan fotos de cómo era Patones allá por el siglo de oro. En una
palabra, te seducen. Y una vez seducida te dispones a curiosear y buscar a tus
amigas del colegio porque están todas en las redes. Y mira tú por donde, encuentras a tu amiga Paquita, la de toda la
vida, a la que dejaste de ver sin acordarte por qué, y te pones las mejores
galas para pedirle amistad. Pero pasa un día, y otro, y otro. Paquita se hace la sueca . ¿Qué le habré hecho
yo a Paquita?, te preguntas desasosegada. ¿Por qué dejó de hablarme allá por
los años ochenta? Y a partir de ahí baja tu autoestima una barbaridad, tanto
que ni mil, ni trescientas mil fotos de ojos, mascotas o pies consuelan el
verte rechazada, precisamente, por Paquita.
Desde
entonces pierdes el sueño y el apetito, tratas de recordar todas y cada una de
las palabras u ofensas que pudiste haber infringido a tu otrora amiga.
Mi
vida desde entonces se ha tornado solitaria y sin sentido. Con lo feliz que yo
había logrado ser hasta que llegó Facebook.
Malditas
redes sociales.
2 comentarios:
¡Qué retrato más genial! He disfrutado leyéndolo.
Besos
Gracias, Gloria. Ya estas en el curro?
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