Últimamente
se juzga a los sospechosos de robo, no por el código penal sino por delito fiscal. Debe ser que lo de Al Capone
caló hondo. Al mafioso no le podían imputar crímenes porque lo tenía muy bien
montado, y al final, en vista de la imposibilidad de pillarlo, optaron por
condenarlo por delito fiscal.
En
la actualidad todo se ha vuelto mucho más complicado pues ya no hace falta que
se cometan crímenes perfectos con miles de testigos, ahora basta con que se
robe algo, mucho o regular, para que dejen a la justicia como coja de
argumentos. Entra dinero público en una sociedad privada por ejecución de obras
o prestación de servicios que no se han realizado, y a los jueces y fiscales los
dedos se les hacen huéspedes. ¿Cómo que ha salido dinero de todos los españoles
para entrar en una sociedad por servicios que no se han realizado? Qué lío,
madre mía, ¿y cómo instruyo eso? Entonces se acumulan los folios, cantidad de
folios, porque se vuelve muy complicado eso de sale de allí, por vete tú a
saber qué sistema, y entra acá. Claro, la justicia acaba liándose más que las
patas de un romano.
Menos
mal que aún nos queda el fisco, dicen al fin, la mar de relajados. Porque, mire
usted, no importa que se robe, ni cuánto, ni quién llevaba las cuentas y
permitió el pago de esto o lo otro, sino lo verdaderamente importante es que se
tenga la osadía de no declararlo.
Es como si consiguieran meter en la cárcel a
las bosnias del metro, no por un delito continuado, sino por no declarar ni el
IVA, ni el IRPF, ni siquiera estar dado de alta en actividades económicas,
epígrafe: “trincar en el metro”. Creo que si esas pobres chicas se enterasen de
que están en la cuerda floja por no llevar al día el libro de facturas
emitidas, recibidas y bienes de inversión, se morían del canguelo.
Si
es que la Ley General Tributaria debería ser nuestro libro de cabecera.
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