Paz debe confundir el litio con el “Hola”,
porque apenas imagina que estoy baja de
moral me trae un “Hola”. Ella piensa que eso me hará venirme arriba y yo la
dejo. No soy muy forofa de ese tipo de
revistas, la verdad. Antes las leía en la peluquería por las fotos, las recetas
y alguna vez por los crucigramas, pero desde hace un tiempo ni eso.
No sé si porque me han cortado el
pelo a lo sastrecillo valiente, o porque he pasado un catarro que me ha echado
encima todos y cada uno de los años que tengo, que me ha debido ver de pena y
me ha traído esta tarde un montón de revistas atrasadas.
Lo primero que me ha llamado la
atención son las mansiones que se disfrutan algunos famosos. Por ejemplo, David
Coperfild no se ha comprado una casa sino unas islas. En algunas construye y en
otras no, solo deja unas tumbonas con vasos y pajitas de colores por si pasa
por ahí. La casa principal, la que se supone que habita, tiene un salón lleno
de metros cuadrados. Cuando veo esos salones tan enormes que parecen los de un
hotel, no puedo evitar preguntarme dónde lee o ve la TV ese buen hombre. Ya sé
que tengo una visión muy pobre de de las cosas del vivir, pero hasta los
millonarios necesitan un rinconcito, un sillón acogedor y un poco desvencijado,
un ordenador si quiera para hacer solitarios, algún libro. No sé. Pero busco por doquier y no lo encuentro. Imagino
al pobre David cambiando de ambiente una y otra vez para encontrarse a gusto. Pasando
del salón rojo al adamascado, subiendo las escaleras de madera y bajándolas sin encontrar un hueco para el
descanso. Su pareja, con la que está ahora y nos cuenta que ya es para siempre,
hace juego con el salón principal. Es jovencísima y se viste de largo porque dice
que va a cenar. Con tan fausto motivo nos enseña el comedor con la mesa puesta para
doce comensales. No sé si lo de poner doce cubiertos es por alguna cábala que
se me escapa o por no dejar el inmenso comedor tan frío. Él, que como es mago ha debido escuchar mis
pensamientos, dice que es que le gusta invitar, que a algunos ni siquiera los
conoce. Imagino las fiestas que daba el gran Gastby, de la novela de Scott
Fitzgerald y me ubico. Mientras tanto vuelvo a fantasear con David buscando ahora
una mesa para cenar, porque en el jardín tiene otra, esta vez con ocho
cubiertos y adornada como para irse de safari, y en la isla de la izquierda hay
otra también preparada con velas, guirnaldas y flores para una fiesta hawaiana.
¿Dónde cenará al fin?, me pregunto. De nuevo me escucha, y me dirige a una
cabaña para invitados que tiene en otra de las isla, allí dice que estuvieron
Penélope Cruz y Javier Bardén en su luna de miel, porque aunque tampoco los conocía
de nada, le hizo ilusión invitarles. Pienso que debió ser un poco por usar,
porque no se va a hacer una cabaña para nada. La novia de David que además de
joven es monísima, se ha cambiado de vestido otra vez, porque no es lo mismo cenar en el
salón principal, que en la terraza de safarí, o en la hawaiana. La chica para
siempre está hecha un lío porque no está dispuesta a desentonar con el ambiente.
Él cuida su imagen bastante, no en vano trabaja cara al público.
Las revistas logran su efecto. Ya
me está entrando el sueñecito cuando veo en la portada de otra, que Isabel Preysler
ha ido a Miami para visitar a su nieta. Los
ojos se me cierran pero no antes de leer un pie de foto escrito por el
mismísimo Chakespeare. “Junto a estas líneas. Isabel -que lleva pantalón de
Gucci, cuerpo de Fabiana Filippi para Topo-Hom y collar y anillos de Coolook-
abraza cariñosa a su hija mayor.
Luego ya me duermo.
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