viernes, 7 de febrero de 2014

CUESTIÓN DE PERSPECTIVA


                                  




Me dijeron en la editorial que tendría que aumentar mi novela cuarenta paginas“. ¿Tiene un ritmo demasiado rápido?”, pregunté. “No, es que sale más barata la impresión”. Fue un golpe, la verdad, no voy a negarlo. Noté como iba reduciéndome progresivamente. Empecé por el fémur derecho y terminé con los metatarsianos. Al finalizar la charla, mis piernas colgaban de la silla y yo me había reducido tanto como mi ego. Por otro lado había leído que el libro que había escrito Belén Esteban era de los más vendidos. Decidí apuntarme a algo en lo que fuera tan negada, tan negada, que ya no cupiera reducción alguna de mi autoestima. Después de mucho pensar llegué a la conclusión de que las dos mejores alternativas eran: pintura en cualquiera de sus variantes, o salto con pértiga.
 Me incliné por lo primero.
El sábado me llamaron de un taller de la Comunidad. ¿Sigue usted interesada en la pintura?, me preguntó una voz farfullosa. “Pues claro”. “Entonces venga el lunes a las cuatro”.
Lo primero que hizo la profesora nada más verme, fue colocarme frente a un caballete, darme un carboncillo y poner un jarrón delante de mis narices. Era la primera vez que cogía un carboncillo y me pareció un objeto tan diabólico como en su día me lo pareció el ratón del ordenador.
Miré el jarrón con mucho interés y luego el papel, pero no lograba encontrar relación entre uno y otro. El carboncillo tenía vida propia y no acaban de hacerme con él. La profesora merodeaba alrededor de los alumnos bastante más duchos que yo.  Al final conseguí dominar, aunque a duras penas, el artilugio aquel, y dibujé el dichoso jarrón.
Me la cargué.
Seguramente pensaba la profesora que me estaba quedando con ella, que era imposible dibujar tan mal. “¿Así lo ves tú?”, preguntó con una sonrisa de lado. “Pues sí”. “¿De verdad que ves el hueco en la parte de arriba? “Pues sí”. “Te lo estás inventando”. La miré detenidamente y comprobé que yo era bastante más alta, que le pasaba toda la cabeza,  y que quizá por eso ella no veía el hueco, pero no hice alusión. Me mantuve en mis trece. “Pues yo lo veo”. “Imposible. Tienes mucha imaginación”. Pensé subirla a horcajadas para que me comprendiese un poco, pero desistí para no liarla el primer día. Por otro lado yo veía el jarrón rectangular y ella redondo, yo veía las sombras a la derecha y ella a la izquierda. Yo lo veía corto y ella largo. No la quería desairar pero lo cierto es que no veíamos el mismo jarrón y eso me producía un enorme desasosiego. Recordé cuando en los periódicos enumeran las cifras en las manifestaciones. “Eran cinco mil manifestantes según las fuerzas de seguridad del estado, quinientas mil según los manifestantes, cinco según el gobierno, cincuenta según los bomberos…”
Comprendí que no vivimos todos la misma realidad, que nos creemos que hablamos con iguales pero no es cierto. El periódico me lo confirmó. España debe a los catalanes 16.409 millones, pero según el titular esas cifras son sin contar los gastos del estado, pero que si tenemos en cuenta la balanza según el flujo monetario, que vete tú a saber lo que es eso, resulta que solo debe 4.015, y eso que todavía me faltan las cifras de los mossos d´escuadra, de los bomberos, del gobierno de allá, del gobierno de acá. En fin, un lío.
Yo, por de pronto, he pasado la noche soñando con un jarrón virtual que cambia de forma a cada momento. Me he despertado sudando y llena de dudas. ¿Y si me apuntara a salto con pértiga? Estará la barra a la misma altura para todos o me pegaré la moña?
Mejor aumento mi novela cuarenta páginas y guardo mi ego en el armario, porque tanta realidad paralela está acabando conmigo.


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