Alguien,
respondiendo a una de mis entradas, me contó que una anciana de su pueblo, al
enterarse que le gustaba leer, un día le llevó un montón de revistas viejas. Le
parecía curiosa la relación que había establecido entre el gusto por la lectura
y las revistas del corazón. Eso ha traído a mi memoria que estudiando el último
curso de carrera, se presentó en casa la nueva vecina. Le impresionaba saber que yo era estudiante. Creía que los
estudiantes cuidaban niños, no porque necesitaran sacarse un dinerito adicional,
sino porque era condición “sine qua non” para estudiar. También pensaba que los
estudiantes quemaban papeleras en los ratos libres. Eran dos ideas
preconcebidas que la empujaban a temerme y necesitarme a la vez.
Por
la noche la escuchaba hablar con un tal Mariano por el respiradero de la
cocina. Le contaba que en el apartamento contiguo vivía una chica que fíjate tú,
estudia. Descubrí su miedo cerval a los estudiantes porque hablaba de nosotros como
revolucionarios, barbudos, desaliñados, cargados de pancartas y dispuestos a romper
cristales por cualquier nimiedad. Mariano no solía contestarle. Algunas veces
dudaba de si se lo inventaba. Era tal su paranoia que un día le gritó que no
pensaba comprarse un vestido largo para la boda de una tal Purita, porque si al
salir de la iglesia se encontraban con una manifestación de estudiantes, no
podría correr y se la llevarían de rehén.
Pensé
que quizá se tratara de una fantasía erótica y persecutoria por lo que decidí acrecentarla
metiendo por debajo de la puerta panfletos subversivos que pillaba por el suelo
de la facultad, y ella se lo contaba a Mariano. Un día me pidió protección a
cambio de invitarme a comer. Debía pensar que tenía contactos de alto nivel en
la facultad. Le dije que haría lo que pudiese pero que no le prometía nada. También
le dije que lo mejor era contratar de canguro bien pagada a una de las
cabecillas, mi amiga Clara. Le expliqué que sería un poco como esos gitanos que
cuidan las obras previo pago para no saquearlas ellos mismos. La pobre Clara acababa
de perder la beca y lo estaba pasando fatal. Gracias a las curiosas relaciones
que la gente se monta, fue contratada y eso le sirvió de ayuda. Pero lo que
todavía no he logrado saber es a quién le contaba esas historias ya que Clara
me aseguró que los sábados salía sola, y que jamás vio a ningún hombre en su casa.
Y es
que se pueden vivir existencias paralelas e interconexiones inexplicables sin necesidad
de acudir a la física cuántica.
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