Resulta
que han cobrado 20 euros a un niño inglés de 5 años por dejar de acudir a una
fiesta de cumpleaños sin avisar. La
noticia me ha dejado muy impactada, sobre todo si tenemos en cuenta que mi
madre me obligaba a permitir a las niñas que invitaba a mi cumple, que jugaran
con todos los juguetes que me acababan de traer los reyes, a recibir con la
misma ilusión a las que venían con regalos estupendos que a las que venían por
el morro, y a ver impasible como iban destrozando uno por uno los juguetes que
yo había deseado tanto. “No las invitas
por el regalo que te vayan a hacer, sino porque son tus amigas, quieres estar
con ellas y compartir en un día tan señalado.”
Todavía
sueño con mis cumples infantiles las noches de rayos y centellas.
Mi
amiga Loreto decía que si nos educaron con esa rigurosidad, por lo menos nos
debían haber metido en una urna con otras memas como nosotras para, de esa guisa, continuar viviendo hasta el fin de nuestros
días.
Pero no fue así, la vida nos deparaba infinitos chascos.
“Nos
han invitado a una boda en El Palace”, me explicaba la mar de dolorida Loreto. “Ahora
tenemos que pagarnos el cubierto en ese hotel. ¿Por qué? ¿Quién le ha dicho a
esa gente que yo hubiera celebrado la boda de su hija en El Palace?, vamos a
ver.”
No
se lo digo para no enardecerla todavía más, pero me parece que tiene toda la
razón.
Antes,
me refiero a…“In illo tempore”, los que no tenían posibilidades, celebraban las bodas de forma modesta y
pedían dinero a los invitados a cambio de trocitos de corbata, o de cualquier
nimiedad para resultar más elegante. Los pudientes se lo pagaban ellos e
invitaban sin esperar a que nadie compensara el menú con sus aportaciones. Se
regalaban detalles para la casa, bandejitas de alpaca o jarroncitos chinos del
tres al cuarto. Los familiares y amigos cercanos se rascaban un poco más el
bolsillo por eso de la amistad y el cariño, y los demás cumplían con cualquier
cosa de la lista de regalos. Aquellas
bodas eran un “si puedes pagas y lo celebras donde te apetece sin esperar nada
a cambio”, y “si no puedes no pagas pero lo celebras discretamente porque el
precio de los trocitos de corbata tiene un límite aunque paguen el convite” (así
se llamaba el evento “In illo tempore”).
Ahora
no, ahora se celebra hasta la primera
dentadura postiza del abuelo. Total, como lo pagan los invitados, cuanto más
rumbosa sea la celebración, mejor.
Ah,
y no te atrevas a no regalar en condiciones porque no te invitan por amigo te invitan
como paganini, que queda de miedo celebrarlo todo y por todo lo alto, faltaría
más.
Ahora
se admite cualquier reclamación referida a eventos y esnobismos.
Cuando
pienso en la cantidad de indemnizaciones que hubiera podido pedir por los juguetes rotos en mi cumple, por los no
regalos y por los que acudieron a mi boda sin llevar ni una piruleta. Cuando lo
pienso y lo repienso, me entra un mosqueo.
Todavía
le pregunto a veces ¿Pero con qué lord ingles creías que iba a emparentar,
madre? Pero no me contesta, se hace la loca, no porque falleciera sino porque
si volviera a empezar, visto lo visto, estoy segura de que otro gallo cantaría.
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