Mi
madre tiene una clara obsesión por las etiquetas. Cuando me envía a la compra
se empeña en que me fije, porque, hija, nunca estás en lo que tienes que estar
y luego me traes calamares en su tinta con almidón modificado. Y mira que sabes
lo mal que me sientan. Trato de
esmerarme y me eternizo en las estanterías. Ya estoy a punto de coger unas
galletas Digestive cuando veo que son altas en fibra y oleico. ¿Oleico? Saco
las gafas del bolso y descubro que las galletas que estaba a punto de meter en
el carro contienen isomalt y maltitol, nada menos, y yo sin saber qué narices
es eso. También tienen fibra natural gasificante y 65% de harina integral. Un mejunje que me
despista. Y mientras me leo las etiquetas de los productos que voy metiendo en
el carro, observo a las personas que deambulan a mi alrededor. Debo tener claro
con quién tropiezo, aquellos que llevan polos de Lacoste, son liberales con
cierta tendencia a la derecha. Pero si van con vaqueros, la cosa cambia.
Depende mucho de la marca y de los agujeros de las rodillas. No son lo mimo
unos VSCT Clubwear que otros del chino. También es importante conocer si llevan
chándal, porque hay que matizar para saber a quienes nos estamos enfrentando.
Si el
que coge las Matutano se ha pelado la mitad de la cabeza y la otra mitad la lleva
con tirabuzones, lo más seguro es que sea artistas, toca la flauta o el oboe, pero
si los tirabuzones se entremezclan con rastas, es muy posible que sea de
Podemos, y entonces hay que tener mucho cuidado porque nos va a quitar el
apartamento de la playa y la pensión de jubilación. Agarro las galletas
Digestive y salgo corriendo para refugiarme tras el chocolate negro. Pero
descubro a un calvo con coleta que no me deja claro si es un fotógrafo del
Times o un desarrapado en busca de leche sin gluten. Miro con recelo a mi
alrededor hasta llegar a la cola. Es muy larga y estrecha. La mayoría de las
cajas están ocupadas por pedidos. El que espera delante de mí tiene el pelo
rizado pero no lleva reloj por lo que me resulta difícil saber si se ha
colocado una bandera española en la correa o una ikurriña. Eso trastoca mi percepción
del dueño del brazo.
Un
hombre grita a la cajera si ese berenjenal que tienen organizado, lo han
preparado o les ha salido solos. La cajera hace caso omiso. ÉL insiste. Ella, ante
su desfachatez y obstinación, esboza una leve sonrisa y dice que ha salido
solo. La pobre, no sabe cómo quitarse de encima al orangután que le agrede. “Es que los clientes y clientas estamos hartos
de esperar a que ustedes terminen con los pedidos” dice el hombre dejando un
halo de izquierdismo no machista que nos envuelve a todos. Utiliza un lenguaje
no inclusivo. Me fijo en sus zapatos, lleva unas Nike pero pueden ser de
mercadillo. No se manifiesta abiertamente y eso me inquieta.
Llego
a casa y me la cargo con mi madre. ¿Pero si te encargué fuagrás y me has traído
comida para gatos?
He
vuelto a confundir las etiquetas. Lo siento, le digo, pero ella adopta una fría
actitud mientras observa la TV. Hay una manifestación en la plaza mayor. Un
montón de compañeros y compañeras grita algo que no entiendo. Suena mi móvil.
Pedro me envía un whatsApp “¿a K hora kdamos?
Me
gusta la economía de lenguaje, pero no siempre, no vayamos a confundir
etiquetas.
3 comentarios:
Carmen,soy Daniela, bella, recuérdame cuándo es la presentación de tu libro. Que estoy pendiente de ir...o no sé si ya fue...es que he estado en las nubes desde hace un tiempo para acá...
Cómo lo siento, Daniela, ya fue la presentación, pero cuando quieras nos tomamos una café juntas y charlamos. Tengo muchas ganas de verte.
Ay Dios, mío, cuánto despite...qué horror. Espero que todo haya ido fenomanal. Un abrazote. Muchas ganas de verte.
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