No
se puede mover, dice el oculista. Y yo erre que erre. Pues he quedado en
Alicante con los alumnos de cuarto de Maristas y no los pienso dejar
empantanados. Me mira por encima de las gafas. No sabe acaso que se le puede
desprender la retina y eso es gravísimo. Eso se quita con alegrías, le contesto. Prometo ir en Ave. El lunes le daré una
respuesta, dice y se marcha tan
campante. Me paso el fin de semana escuchando audio libros: “Crimen y castigo”
e “Historia de dos ciudades” novelas que todavía no había leído y aprovecho mi invidencia para escucharlas mientras mantengo el ojo cerrado.
“No
se preocupe que el AVE no tienen cigüeñales, ni tapa del delco, ni correa del
ventilador” le digo el lunes nada más entrar en consulta. No tengo ni idea de
qué van esos artilugios, pero se los escuchaba nombrar a mi padre cada vez que el coche pegaba saltos o se paraba. El AVE es otra cosa, no traquetea, se deslizan como si volara…
Se rinde y me deja marchar.
Tenía
cita en Maristas de Alicante para el día del libro desde el mes de octubre. Era consciente de que José
Carlos, el tutor, se había trabajado “Gus y la casa voladora” con los alumnos y
con los otros profesores.
No
podía fallarles, y el ojo, como si se diera cuenta de todo, se clarificó lo
suficiente como para no tener que permanecer todo el encuentro con gafas de
sol.
Vi
entrar a los alumnos en fila, silenciosos, expectantes. Ocupaban sus asientos
en el salón de actos y me fui poniendo nerviosa. Me miraban y se sentaban.
Algunos cuchicheaban. Cada vez entraban más y más. No podía imaginar que tanto
niño hubiese leído y trabajado a Gus.
El
día de la presentación de esa, mi primera novela infantil, cogí el libro en la
mano y soplé como se sopla a un vilano, pidiendo que volara muy, pero que muy
alto. Y mientras iba viendo que los niños ocupaban su asiento, comprendí que
era cierto, que mi deseo se había cumplido, que Gus había volado alto gracias a Jose Carlos, a Maristas, a Salesianas, a las Esclavas del Sagrado Corazón.
Tengo
claro que los niños dicen lo que piensan, que cuando se aburren, desconectan,
que si te pones muy pesada, hablan por los codos. No en vano he sido niña y con
muy poco aguante para los pesados.
Comienza el acto y se inician las preguntas. Son preguntas estupendas, propias de quien se ha leído el libro y quiere saber. Les preocupa que un personaje diga tacos. Les explico que los malos actúan así, son prepotentes, avasalladores y malhablados. Quieren saber por qué se me ocurrió la historia de una familia tan numerosa, por qué vuela el sillón, por qué “La armada invencible”, por qué Clarita es gafe, y por qué los neandertales pintaban en las cuevas con las pinturas que les prestó Clarita.
Comienza el acto y se inician las preguntas. Son preguntas estupendas, propias de quien se ha leído el libro y quiere saber. Les preocupa que un personaje diga tacos. Les explico que los malos actúan así, son prepotentes, avasalladores y malhablados. Quieren saber por qué se me ocurrió la historia de una familia tan numerosa, por qué vuela el sillón, por qué “La armada invencible”, por qué Clarita es gafe, y por qué los neandertales pintaban en las cuevas con las pinturas que les prestó Clarita.
Y
por fin me leen el trabajo que han preparado por grupos. Un comienzo original,
una alternativa al nudo, un final diferente y otros personajes. Me gusta tanto la creatividad que desbordan
que me animo y les digo que voy a escribir una segunda parte, que se me llena la cabeza de ideas solo de escucharlos.
Termina
el acto con la dedicatoria del libro. Voy muy rápido, demasiado. Son muchos niños
y el autobús espera. Mientras firmo, alguno me anima a seguir, a escribir una
segunda parte. Sí, escríbela, me sugiere otro en voz muy baja. Les prometo que
si lo hago tomaré en cuenta sus sugerencias y que los nombraré en el libro. Una niña me dice que las ilustraciones son
demasiado pequeñas. Estoy de acuerdo con ella. Valentí Ponsa se merecía más espacio en el libro.
Les
preguntó con mucho miedo si les ha gustado la historia. Jamás hago esa pregunta
a los adultos, pero los niños dicen la verdad. Ellos contestan al unísono.
Siiiii. Y a mí, de pronto, por arte de magia, se me cura del ojo.
Lo sabía, las alegrías lo curan todo.
Estará
contenta, me dice el oculista cuando regreso el lunes a revisión. El ojo está
casi curado. Y yo no le cuento por qué ha sido, pero fue aquel siiii, tan
espontaneo con los brazos en alto el que me curó. No hay duda.
Gracias
a José Carlos, al resto de los tutores
de cuarto. Gracias a Amelia de 4ºB, a Irene Costa de 4º A, a Inés L, Julen,
Inés V, Carlota de 4ºD, a Ismael de 4ºC por encargarse de hacerme las preguntas.
Y, por supuesto, a Elena Hernández de 4B
por leerme ese nuevo principio que entre varios habían organizado, lleno de
patitos y patazos. A Irene de 4ºC por ser la que leyó un cambio en el nudo con
un Pipitono extraterrestre enamorado de Clarita, a Roberto por ser el que me
contó lo que había tramado con Guille, Guille E y Germán de 4º D para pillar al
tramposo de Strogonof, y a Javier Sánchez por trasmitirme las ocurrencias de
4ºA con la visita a los faraones, a Moisés y por la sugerencia de que no nos
asustemos si algún día vemos un sillón volador. Al fin y al cabo no son más que
ellos, los personajes de la casa voladora.
Gracias
a todos los que participasteis y me curasteis con vuestra atención y cariño. Y
por favor, no dejéis nunca de inventar historias como las de Pipitono y los
patitos, porque se curarán todas vuestras enfermedades y disgustos.
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