Cada día creo más en el efecto boomerang.
Siempre que alguien me la juega, observo cómo la
mala idea se vuelve contra el malvado sin que yo mueva un solo dedo. Y como no
soy una elegida del destino, ni me han salido alas, ni nací con escamas o cola
de sirena, deduzco que no es por mí, ni por mi gracia, sino por alguna
ley del universo que entra en bucle y desanda el camino de ida para retornar al lugar de origen.
Tampoco creían los antepasados que la tierra fuese
redonda. Eso tardó en descubrirse, pero
lo que sí se dieron cuenta algunos antiguos
con ganas de darle vueltas a todo, fue que en cuanto echaban una pelota al aire,
esta volvía a caer al suelo. A algunos
esa observación les sirvió para descubrir la ley de la gravedad.
Eratóstenes.
194 a de C, sin ir más lejos, por referencias obtenidas de un papiro
de su biblioteca, empezó a darle vueltas y más vueltas a que en Asuán(
Egipto),
el día del solsticio
de verano, los objetos verticales no proyectaban sombra
alguna y la luz
alumbraba el fondo de los pozos. ¿Cuántos hubiéramos dedicado un minuto de nuestro
tiempo a observar sombras en un pozo? Pues ahí lo tienes, haciéndose preguntas y
respondiéndose con lucidez: “Esto
significa que la ciudad está situada justamente sobre la línea del
trópico y su latitud
es igual a la de la eclíptica que ya conocemos”. Y se puso a medir la sombra en
Alejandría hasta que demostró la circunferencia.
Pues parece ser que si rehacemos el cálculo de
Eratóstenes con la distancia y medida angular exacta solo hay un 0,16% de error
de la circunferencia real de la Tierra medida por satélites avanzados.
Y es que pensar y darle vueltas a todo te
envía a un psiquiátrico o a la gloria. Así que lo cuento en voz baja, pero por
mis observaciones de andar por casa, sin eclípticas ni latitudes, creo en el efecto boomerang solo porque me ha
dado por observar y extrapolar.
No seré yo la que descubra el átomo, molécula
o ley de la naturaleza que impulsa el efecto boomerang, pero existe y algún día
tendremos la ecuación que lo confirme con un margen de error que quizá sea de un 0,16%.
El hombre desentraña los misterios de la naturaleza
a base de especular con esto o con aquello. Luego viene un matemático, llena la
pizarra de formulas y acaba confirmando y cuantificando lo mismo que dijo un
tío con ganas de observar miles de años antes, y resulta que había dado en el
clavo.
“¿De verdad crees que hay una chispa, molécula, átomo o ley de la
naturaleza que tiene la misión de hacer la cusqui a nuestros enemigos?”, me pregunta
Mariana. Ella se niega a admitir que”
los malvados sufran consecuencias iguales a sus fechorías. Yo le repito la
máxima. “Siéntate a la puerta de tu casa y verás al cadáver de tu enemigo pasar”,
y ella no hace más que asomarse al balcón. Le explico que no necesariamente hay
que darle literalidad a los refranes. Se queda pensativa y me pregunta qué gana
ella si no ve sufrir al malvado.
“Allá
tú, cuando se descubra la molécula, átomo o ley pertinente comprenderás lo que quiero decir. Por de
pronto cuídate mucho con lo que haces o deseas para otros, porque regresa al
lugar de origen.”
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