Se acercan las elecciones y
no encuentro a ese líder, a ese partido capaz de unir a mi pueblo. Busco a alguien dispuesto
a limar asperezas, a gobernar para todos, para los que les votaron y para los que no. No
quiero al que recuerda la confrontación,
al que saca beneficio del odio, del
desprecio, de tanto resentimiento acumulado. Quiero a un líder que trate de
buscar la cohesión en la disputa, que no encierre a los hombres en absurdas
fronteras, que aproveche los avances técnicos para fomentar el abrazo y no la
bofetada.
Vivimos una nueva era, como nuestros
antepasado vivieron la revolución industrial. A ellos les cambió el entorno
casi sin darse cuenta. Se llenaron las ciudades, se abandonó el campo, se concentró
el trabajo en fábricas. Nacieron los sindicatos, la lucha por la defensa de los
derechos de los trabajadores. Surgió una nueva sociedad a la que el hombre
tenía que acostumbrarse. Ahora está ocurriendo
algo parecido, un mundo diferente se está abriendo. La globalización, la
comunicación inmediata hace que sepamos al instante quién muere a miles de kilómetros
de distancia, que observemos las guerras en primera línea, desde nuestro sofá,
que conozcamos los sucios tejemanejes de los mandatarios. Recuperamos amistades
que ya creíamos olvidadas, rememoramos y descubrimos todo lo que nuestra
curiosidad nos demanda. Y todo gracias a la globalización, a la supresión de fronteras
virtuales, a las nuevas formas de comunicación. Somos uno en este pequeño
planeta. Podemos, como nunca pudo imaginar la humanidad, luchar contra la
pobreza, esa que ya conocemos de primera mano, la emigración, la precariedad en
la que viven algunos hombres, la riqueza desmesurada y obscena que es guardada en
paraísos protegidos para delinquir, extorsionar y comprar voluntades. Siempre
existió, es cierto, pero ahora lo vemos con nuestros propios ojos y tenemos en
nuestra mano el poder exterminarla.
Vemos deambular desorientados y desposeídos a
los frutos del odio y las guerras, y los vemos tan cerca como si estuvieran en el descansillo de nuestra escalera.
Están ahí, despojados de esa vida que habían construido con los mismos ladrillos,
con las mismas ilusiones con las que construimos las nuestras. Nos gusta creer
que son diferentes, que a nosotros nunca nos sucederá algo así. Ellos son “los
otros”. Pero en el fondo sabemos que no es cierto, que todo lo que suceda a un
ser humano nos puede suceder. Lo sabemos y giramos la cabeza. No hacemos nada
para evitar el enfrentamiento, el odio, el desprecio.
Los adelantos logrados por nuestra
civilización son capaces de reunir a los hombres, de permitirnos luchar por esa
fraternidad necesaria que nos construye. Y lo podemos hacer desde nuestro
sillón de casa. Podemos cambiar algo, pero nos incitan a lo contrario, a comportamos como en la edad
de piedra, a reunirnos con nuestra tribu para arrojar piedras a los que se
acercan a nuestra ridícula gruta. Nos aislamos para buscar murallas de defensa,
rodearnos de fosos y cocodrilos. Buscamos todo aquello que nos pueda separar: banderas, idiomas,
costumbres, himnos y recuerdos. Sobre todo recuerdos sangrientos que abren
heridas para que no dejen de supurar y así empezar una y mil veces.
Ese eterno retorno de
bestialidad que lideran unos pocos con mucho que ganar.
Nos hemos convertido en una amalgama
de cuerpos que no son capaces de pensar por sí mismos. Y así, liderados por
mediocres, enardecidos y sudorosos, nos
pertrechan con espadas de reproches, hachas de desprecios, cuchillos de
incomprensión. No hay más que entrar en redes sociales para percibir el odio
Nuestros líderes políticos
inician a la lucha por el poder, ese poder corrupto y excluyente, desnudos de
ideas y valores, que solo desean el enfrentamiento y el conflicto para no dejarnos
ver la realidad.
Es difícil en este país
encontrar a alguien que no resienta del otro, que no recuerde agravios, que no palpite
de rencores tan antiguos que ni siquiera
vivió.
Así se construye la
formación política que nos permitirá derrocar y flagelar a quienes nos
humillaron. Como si en la lucha estuviera el florecimiento de lo nuestro.
No encuentro a ese líder que
no me manipule, ese medio de comunicación que no se posiciones de un lado o de
otro, que me hable y me convenza, que me
enseñe a construir puentes en vez de murallas.
No dejo de buscarlo. Las
elecciones están cerca, nos jugamos mucho, y sin embargo no aparece, no existe,
no somos un pueblo capaz de albergarlo. No nos han preparado para pensar por nosotros
mismos y la consigna es la globalización del resentimiento
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