miércoles, 1 de junio de 2016

DIARIO DE UN VIAJE A BUDAPEST . 1º (EL VUELO)


 DESPEDIDA DE SOLTERO Y NOVATADA AL NOVIO
                       





Fiestas de San Isidro. Ha pasado un año, un año justo de aquel lejano día en el que me empeñé en viajar a Budapest con Ryanair y acabé con los pelos tiesos, totalmente desequilibrada y clamando justicia a los cuatro vientos.
Este año lo he vuelto a intentar. Se ha convertido en el aniversario de un desequilibrio del cual no me puedo evadir. Y para victimizarme aún más, suelo compaginar la búsqueda de billetes de avión y hoteles a Budapest, con el intento de rellenar la declaración sobre la Renta por algún nuevo programa que se haya puesto de moda el año en curso.
Luego me voy a un neurólogo y le pregunto si lo de mi enajenación es transitoria o una consecuencia lógica de mi incapacidad para las paginas online. Como él ya me conoce, me receta un ansiolítico, un asesor fiscal y una agencia de viajes.
Cumplo con sus consejos y me voy de vacaciones mucho más recuperada
Este año, como no podía ser de otra forma,  en fecha y hora me volvió el arrebato.
La verdad es que debo reconocer que si para las fiestas de San Isidro no intento visitar Budapest, no me peleo con los de Ryanair, y no insulto al programa padre para hacer la declaración de renta, es como si no fuese yo, ni hubiesen llegado las fiestas del patrón, si no comiera rosquillas tontas y listas.
Como no me fiaba de los vuelos, empecé con los hoteles, que si este, que si aquel.
En el hotel Geller ponían que además de termas, podías reservar habitación sin compromiso alguno, que si luego la cosa no te hacía, pues se anulaba y santas pascuas. Y como no tenía otra cosa qué hacer, toqueteé aquí y allá, hasta que conseguí reservar. Pero al igual que un político en campaña, no cumplió su promesa. De pronto se abrió una página en el lateral derecho para decirme que el plazo para anular la reserva acababa de caducar y que si no me hospedaba en la fecha y hora indicados dos segundos antes, cargaban en mi visa 144 euros. Tuve que acudir a calzón quitado a las paginas de vuelos para ver si lograba coordinar vuelo y hotel.
Así empezó todo: un buen viaje sorpresa y un magnifico destino.
Ahí estaba Ryanair, claro, pero teniendo en cuenta lo que había sufrido un año antes, no me fiaba. Mi mano temblorosa abrió la pagina y, como si hubieran percibido el terror en mis dedos, se deshicieron en amabilidades: que si quiere estirar las piernas, pinche aquí,  que si quiere entrar la primera, allá. Ni se me atascó la pagina, ni me rechazaron la tarjeta de crédito, debito, Master Card o Visa. Los vuelos salían y entraban a horas normales, ni a las doce ni a las tres de la madrugada. En el aeropuerto no me midieron la maleta, ni me obligaron a meter el bolso dentro, no me pidieron que me pusiera el abrigo, el gorro y la bufanda durante el trayecto. Debo reconocer, sin embargo, que esta vez, por algún extraño designio del destino, todo se puso de mi parte.
La compañía ha mejorado ostensiblemente el trato y, parece ser que está siendo una de las mejores de Low Cost. Un buen conformar, una amabilidad, un saber estar que me dejaron emocionada. Eso sí, solo vuela a ese destino determinados días, pero pude compaginarlos.
Me alegro por ellos. Porque todo el que cuida al cliente merece un premio. No como los taxistas de Barajas, que consiguieron tarifa plana por parte del Ayuntamiento y cada día tienen menos clientes (es que vivo muy cerca y me sienta de mal…).
La pagina web amablemente cumplió con los pasos prometidos sin problema, y yo, en agradecimiento por lo mal que los puse hace un año, ahora los desagravio en este blog que vete tú a saber quién lee, pero en el que me confieso con devoción.
Los días en Budapest y los sofocos para rellenar la nueva página Web de la Renta los contaré otro día, pero el desagravio a Ryanair está cumplido.
Felicidades, majetes.


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