Me
siento un poco obsolescente. Todo empezó ayer, cuando fui a IKEA a sustituir una de las cuatro sillas que
tengo en la cocina: se había despachurrado, bueno, desencajado, el despachurrado
fue el que estaba sentado en ella. Lo
primero que me sorprendió fue el color. Ya no quedaban color abedul, solo
quedaban de color roble y otras posibilidades que no contemplaba. Oye, una
nimiedad pero que joroba. La dependienta me había informado de que las de color
abedul las habían descatalogado. No teníamos más solución que comprar otras
cuatro iguales y tirar a la basura tres si queríamos mantener una cierta
armonía en la cocina. Nos quedaba también la posibilidad (último grito en
decoración, ahora comprendo por qué), de poner cada silla de su
padre y de su madre. Pero aún así, se debe mantener un equilibro, un cierto
desorden ordenado; por ejemplo dos color naranja y dos color abedul, más que todo
por no tirar tres así, a lo tonto. Decidí intentar hacer una chapuza con la
estropeada y continuar con la gama de los abedules hasta nuevo despachurramiento. Pero eso solo demostró lo atrasada que me encuentro con las nuevas tecnologías y planteamientos consumistas, porque también habían
descatalogado la copa de vino rota, la taza de te, los platos de todos los
días, y más adelante, en “O Gato Pretto”
el vaso de agua color ámbar, “descatalogado, señora”. No es que no tuvieran
otros, pero…, “mire usted, es que los de color ámbar no creo que vuelvan”. El
extractor de humos nuevo se queda cojo con el embellecedor de la cocina, y el
fabricante ha descatalogado el modelo. Dicen que todo se debe a la
obsolescencia programada, no van a permitir que mantengas una vajilla más de
dos años, pues estaríamos buenos. Tampoco una secadora, ni un horno. Vale, si
yo comprendo que hay que vender a troche y moche, pero da no sé qué ver en el
trastero vasos, platos, sillas, hornos, armarios y demás familia. Todos se
hallan arrinconado por culpa de un pequeño desconchón, una pieza que ya no se
fabrica, un tornillo…, en fin, una parte mínima de un todo ya inservible. Y así,
entre mitades y descatalogo, nuestra vida ha sufrido un derrumbamiento sin
precedentes. Esta mañana me ha dado un calambre en la pierna pero no se lo he
dicho a nadie. Quizá yo también tenga obsolescencia programada y si me voy a un
hospital a lo mejor me dicen que ya no quedan piernas, ni brazos, ni dientes
para mí, que los han descatalogado. A lo mejor mi familia me tiene que cambiar
entera, o mezclar con otra para mantener una cierta armonía en el ambiente.
A lo
mejor ese es el motivo de la cantidad de divorcios y separaciones que hay. Somos unos obsolescentes programados y cada
día duramos menos. No pienso contar a
nadie lo del calambre de mi pierna, y he convencido a mi nieto de que ni se le
ocurra contarle al ratoncito Pérez que se le ha caído un diente. Voy a
pegárselo a la encía lo mejor que pueda, no vaya a ser que también esté
programado para la obsolescencia y acabe en el trastero.
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