Fernando
se despierta porque algo debajo de su almohada le incomoda, es algo duro que se
le mete en la oreja cada vez que da una vuelta. Introduce la mano y descubre una pistola del nueve largo.
Respira profundamente y piensa que deberá utilizarla, aunque nadie le ha
enseñado a disparar. Es muy propio de él, piensa. Ni siquiera ha tenido la
perspicacia de mostrar la pistola unos capítulos antes, ni de enseñarle a
usarla, pero eso sí, como él es muy de prontos, habrá decidido que se convierta
en el justiciero de Alabama la noche anterior. ¿A ver cómo lo consigue?, porque
lo cierto es que lo creó en Albacete y tiene que currarse el trayecto a prisa y
corriendo para llegar a tiempo a su destino, piensa. Luego Fernando se tendrá
que ir a desayunar: tomará café con leche desnatada, tostadas y un poco de
margarina. Más adelante se afeitará de forma parsimoniosa, lenta, cachazuda,
tranquila, minuciosa, y se lavará los dientes uno a uno, porque no ahorrará ni
una sola nimiedad de su vida. Piensa que lo del arma debajo de la almohada
habrá sido por alguna película que vio antes de acostarse, o por un mal sueño. ¿Qué
sabrá él?
Y es
que Fernando Cantalapiedra es el protagonista de la novela que Eusebio Cantó
está escribiendo esa mañana. Fernando se sabe plano, absurdo, de prontos y
arrebatos. También sabe que no es la primera vez que le hace una cosa así: está
acostumbrado. Lo ha creado cobarde, pusilánime, cojo y tartamudo. No le ha
enseñado a pelear, pero sí a desayunar, lavarse los dientes y merodear por
sombríos bosque henchidos de nieve o a asomarse a herrumbrosas ventanas a cada
momento. Fernando Cantalapiedra no sabe pelear, ni siquiera recuerda cuando Eusebio
le ha podido meter el arma debajo de la almohada, pero sabe que la usará cuando
menos pegue, quizá mientras se afeite o cuando se encuentre con el pobre
portero que no tiene ninguna culpa. De este hombre no hay quién se fie, piensa,
y continua poniendo margarina a la tostada. Ya hay más margarina que pan, pero
Eusebio está enjugascado con los adjetivos; envasar, embadurnar cubrir, engrasar…
Mientras Eusebio se pierde en divagaciones, Fernando pasa hambre, no puede darle
ni siquiera un mordisquito a la tostada. Y lo malo es que Eusebio, el autor, no
deja de vender ejemplares y de conceder entrevistas. Su anterior novela va ya por
la cuarta edición, y él, Fernando Cantalapiedra, será un hombre de los que
hablara todo el mundo. ¿Qué por qué lo sabe?, pues porque es el protagonista de
su decimo cuarta novela: un protagonista absurdo, confuso y desconcertante, que
lo mismo mata con un revolver del nueve largo, con una flecha de indio, o con un cuchillo jamonero, aunque eso sí;
afilado, cortante, incisivo, agudo… que acaba
de descubrir debajo de la almohada en el capitulo noventa y cinco.
Un
día se revelará, un día se negará a continuar por esos derroteros, pero
mientras Eusebio acumule premios, entrevistas y superventas, Fernando tendrá
que continuar poniendo margarina a sus tostadas y descubriendo pistolas,
flechas catanas y cuchillos en sus manos que ni sabe de dónde han salido ni las
sabe utilizar.
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