Imagen:Chema Madoz
Llueve, pero no detrás de los cristales, como decía Serrat. Llueve sobre
las cortinas de mi dormitorio. No llueve sobre los chopos medio deshojados, ni
sobre los pardos tejados. Llueve sobre la taza del wáter, sobre mi colcha de
rayas, sobre mis zapatillas y mi batín. Llueve sobre el móvil y sobre el
e-book. Llueve y llueve. Tampoco lo hace en otoño sino en pleno agosto. Ni
siquiera te podría contar que está quemándose el último leño en el hogar,
porque lo que está quemándose es mi paciencia. He avisado al administrador de
mi apartamento numerosas veces, le he dicho que la obra que hicieron en la fachada
hace tan solo tres años y dieciocho mil euros por barba, fue una gran pifia. Pero
él es de los que siempre dice que sí. Sabe dar buena impresión. Se ha debido
estudiar todos los manuales de asertividad, por lo que resulta imposible
enfadarse. Invariablemente, cuando entro furibunda en la oficina, mira tú qué
casualidad, le he pillado hablando con la empresa que va a venir a reparar mi avería.
Yo, para no ser menos, me ha apuntado a un curso de comunicación no violenta.
Le digo con una sonrisa esplendorosa, que en mi casa entra agua, ya no solo
cuando hay gota fría sino cuando menos te lo esperas. Entra el agua en el
dormitorio y en el cuarto de baño, por debajo del armario. Él sonríe con unos
dientes blanquísimos y me dice que está en ello. Me explica que va a enviar a
unos escaladores para que se suban a mi piso, el veinticuatro, y arreglen lo
que sea menester. Y yo no vivo pensando en los escaladores, en la lluvia, y en
la sonrisa encantadora del administrador.
Temo mucho a los que jamás pronuncian un no, porque, no solo no te cogen el
móvil por mucho que insistas, sino que cuando te ven entrar en la oficina echando
espuma por la boca, se te comen a besos y te dejan descolocada.
Es agosto. Me entró el tembleque nada más ver el cielo cárdeno y los rayos
acercarse hacia mi casa en plan broncas. Fue a media noche, sentí gotas de
lluvia sobre mi cabeza. Luego arreciaron de tal forma que casi me ahogo. Pensé
que por fin se había conseguido el trasvase del Ebro, porque jamás había visto
tanta agua junta y, mucho menos en mi lecho. Aquello no era normal. Tiré
toallas y barreños encima de la cama, en el suelo y en el cuarto de baño.
Gracias a que no era gota fría, dejó de llover al momento, y yo de temblar. Hoy
le he enviado al abogado de mi seguro el vídeo que hice. Los ha debido amenazar
con un juicio sumarísimo, si es que todavía existe algo rápido en nuestro país.
Esta tarde, mientras duermo la siesta, escucho golpes en la fachada, supongo
que son los escaladores, pienso en asomarme, pero me abstengo. Arrebujada entre
las sábanas intento dormir. Sueño que se desploma el techo dejando entrar al
administrador con una manguera dirigida a mi cara. Me ahoga sin cambiar el gesto, con su sonrisa
de dientes inmaculados.
Esta noche no se espera lluvia sino las Perseidas.
¿Lograrán entrar por mi fachada? El administrador me reconforta anunciándome
que está en ello.
2 comentarios:
como eres tan ingeniosa?? es que hasta para contar que llueve tienes gracia. olé.
Me gusto. Saludos
Publicar un comentario