No quisiera dármelas de “poriga” (miedosa), pero yo si “tinc por, molt por”. No puede
ser de otra manera cuando escuchas las contradictorias noticias sobre los
atentados de Barcelona. Además de contarnos mil versiones sobre los hechos, la
primera información que se suponía fidedigna y cotejada, fue la que dio el conseller
catalán de interior, Joaquín Forn. Dijo que solo había un muerto confirmado,
cuando el mundo entero ya sabía que por lo menos eran doce los fallecidos. Si
lo hizo para dejar mal a la policía, al gobierno español, a los medios de comunicación
o a todos a la vez, lo desconozco, pero que aquello fue una gran mamarrachada,
no me lo pueden negar.
Aunque lo peor no fue eso, sino que los terroristas vivían o se reunían sin
ningún tipo de problema en una casa okupada,
hecho que por otra parte empieza a ser la mar de común en nuestro país, con el
peligro que eso entraña. Tanto es así, que a los okupas los conocía todo el mundo, no en vano llevaban meses
metiendo bombonas de butano en el chalet sin llamar la atención de los Mossos. Dicen que hasta llegar a la cifra de ciento seis bombonas. Cuentan los vecinos de la izquierda, que incluso les preocupó que les pudiesen
robar electricidad, luz o internet. Para que algún extranjero puede entender
este surrealismo, habría que remontarnos a nuestras leyes, la gran posibilidad de
dar una patada en una vivienda ajena y hacerse fuerte dentro. De lo mucho que
tardan los tribunales en echar a un okupa
y de lo fácil que lo tiene los terroristas en este momento para ocultarse. Lo
sabe todo el mundo, hasta el vecino de la derecha, okupa también, al que han entrevistado
para pedir su opinión. Ha dicho que los chicos que se reunían en el chalet eran
majos pero silenciosos. Contó que, minutos antes de la explosión, saludó a uno de
ellos que estaba en la terraza. Dice que cuando estalló el chalet de… ¿nadie? ¿de
un banco? él salió volando hasta el segundo piso de su casa okupada.
A los mossos d´esquadra ni se les pasó por la cabeza que pudiera tratarse
de un arsenal yihadista, más que todo porque estábamos en alerta 4. Lo dejaron
estar como un simple arsenal de droga o algo por el estilo, nada de enjundia.
Cuando los yihadistas se pusieron cinturones de explosivos en Cambrills para
asustar a los policías por si la cosa se ponía mal, debían desconocer que los
mossos no se asustan así como así, y disparan sin encomendarse a dios ni al
diablo, explote el cinturón o no. La suerte fue que los terroristas iban de
farol.
En fin, todo es un despropósito. Tampoco entiendo cómo después de haber
perdido a tres atacantes, en espera de detenerlos, sabiendo que son peligrosísimos
y que están desesperados, animen a la población a ponerse chula y salir a la
calle a decir que no tienen miedo, que qué va a pasar porque unos locos anden
sueltos con posibles cinturones de explosivos en medio de la multitud. Si llegan a ser de los que se inmolan...
Del Imán que vivía en Ripoll, una población pequeña, que no digo que lo fuese tanto como para que se reunieran el médico, el farmacéutico y el Imán para jugar a las cartas, pero casi, porque lo conocía todo el mundo. De eso ya ni hablo.
Que sí, que parece que todo está controlado, pero esto me recuerda al
chiste en el que un hombre está a punto de caer por un barranco y una voz le
dice que se arroje sin miedo porque él es el padre celestial y lo recogerán
todos sus ángeles en la caída. A lo que el hombre contesta: Gracias, pero… ¿hay alguien más?
2 comentarios:
Bravo! acertada como siempre, esta vez desde el sarcasmo. Te he contestado TAN EXTENSO que ya te lo mando por mail.
Gracias, amiga. Voy a leerlo.
Publicar un comentario