Recuerdo
aún nuestro viaje de fin de carrera. Uno de nuestras visitas fue a Viena. Era
el año 1977. Lo primero que nos llamó la atención fue, que al salir del
colegio mayor dónde nos alojábamos, había una mesa en la que se apilaba la
prensa del día, junto a ella, una cesta dónde se dejaban las monedas para el
pago de la misma. No me siento orgullosa de lo que cuento, pero nos sorprendió
que los austriacos fuesen tan civilizados como para pagar aún sin ser
vigilados. Algo parecido nos ocurrió con el autobús. Nadie controlaba los
billetes, aunque nos avisaron de que si entraba un hombre vestido con uniforme
verde y nos pillaba sin billete, se nos había caído el pelo. Los guías nos
animaban a que no nos preocupáramos de nuestras pertenencias, pues eran muy
esporádicos los robos.
Lo
cierto es que tenían muy bien educada a la población. No era necesaria
vigilancia. Los ciudadanos con su civismo ayudaban a mantener el país en
perfectas condiciones. Nos hacía gracia ese civismo y, al mismo tiempo, nos
daba envidia.
Gobernaba
entonces la Social Democracia.
Pasaron
25 años y regresamos a Viena. Todo era diferente. El guía nos avisó nada más
subir al autobús: “Siento decirles, señores, que siempre nos hemos sentido orgullosos
de la forma en la que habíamos educado a nuestros ciudadanos, pero desde que la
inmigración es un hecho, ya no podemos garantizar su seguridad, por lo que les
sugiero que tengan cuidado con sus bienes.
Me dolió escucharlo.
Me dolió escucharlo.
Sentí
su desolación y su vergüenza. Un país invierte mucho en educación para que le
echen por tierra su esfuerzo. Las feministas lucharon con valentía por alcanzar
derechos que están echando por la borda otras culturas.
Poco
después de aquel suceso, resurgieron partidos extremistas, se hablaba de la
repetición de las crisis de entreguerras. Se perdió la confianza en la
democracia, y sus ciudadanos se empezaron a decantar por partidos
ultranacionalistas.
En
este momento la tercera fuerza en Austria es de extrema derecha; 51 escaños
frente a los 52 de la Social Democracia y los 62 del Partido Popular, que ha
tenido que formar alianzas para no dejarse desbordar por una fuerza extremista.
Aquel
periódico en que los austriacos no necesitaban control, por civismo, por educación,
aquel autobús sin vigilancia, aquel orgullo al predecirnos que no tuviésemos
cuidado con nuestras pertenencias, había dejado paso a una situación, a un
descontrol, que ha conseguido que los
austriacos duden de sus políticos.
No
estoy en contra de la inmigración, creo que es una labor humanitaaria irrenunciable, pero sí deseo que se impongan las normas del
país de destino si se quiere permanecer en él. De lo contrario volveremos al
triste periodo de entreguerras, aquel que permitió el resurgir de tanto dolor y tanto fascismo.
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