domingo, 21 de abril de 2019

DEMASIADO VIEJAS PARA QUERERLAS




                                   






Las mujeres no tenemos arreglo. Debe ser que se necesitan siglos para quitarnos de la cabeza esa obsesión tan dañina de gustar a toda costa.
Me parece bien que una mujer sea coqueta y se arregle, procure salir a la calle impecable y le agrade verse admirada, siempre que no se pase, porque obsesionarse con gustar a cualquiera aunque sea a un anti lujuria del tres al cuarto, pues no, la verdad.
Lo digo porque un tal Yann Moix, escritor él, más feo que un dolor, él, y con ganas de hacer propaganda de su último libro, ha dicho que es incapaz de amar a una mujer de 50 años. Lo peor no son sus declaraciones, que al fin y al cabo dan un poco lo mismo, sino que ha desatado las iras de muchas mujeres cincuentonas que no se hubiesen acostado con él ni por todo el oro del mundo.
Moix está encantado con la ola de rencor y ultrajes que ha desatado y se autoafirma: “Yo qué culpa tengo. Las mujeres de esa edad son invisibles a mis ojos”, ha dicho para ahondar un poco más en la herida. Y ellas, sensibles al escaparate, han recogido el guante. La periodista de Colombe: Schneck de 52 años, se ha visto en la obligación de publicar en Instagram una imagen de su trasero con la siguiente aclaración: “Este es un culo de una mujer de 52. No sabes lo que te pierdes.” Otras, han respondido con imágenes de mujeres de esa edad como Halle Berry o Cate Blanche.
Contentísimo por el revuelo causado, se ha reafirmado: “Me gusta lo que me gusta y no tengo por qué responder a ese tribunal de gustos”
¿Seguiremos las mujeres pendientes de gustar a todos los machos de la tierra per secula seculorum, o un día abriremos lo ojos de una vez y, al leer noticias de ese calibre, pasaremos la página sin despeinarnos?
Ahora comprendo al tío que el otro día se enfadó con una mujer en el autobús y para ofenderla hasta la extenuación, la llamó: “fea” a grito pelado.

No tengo ni idea de qué ancestro (o ancestra) nos viene semejante falta de autoestima, si de los Cromañón, de los Neandertales o de los Floresiensis, pero hay que desembarazarse de ese estigma cuanto antes.

martes, 16 de abril de 2019

COLONOSCOPIA




Cinco de abril. Estoy preparada para hacerme una endoscopia, una colonoscopia y una ecografía abdominal. Un día a dieta blanda; otro, a liquido; otro, limpiando el intestino. He acudido al médico tan solo porque digiero mal, pero él me ha mandado la dichosa colonoscopia. Son las cinco y media de la tarde y como no ha llegado el siguiente paciente, me cuelan. Todo parece cotidiano. Ya tenemos preparada una cenita para resarcirnos de tanto líquido. Me sedan. De pronto me despierto con un dolor en el vientre insoportable. Llamen  a los familiares, escucho decir. Puede haber habido una perforación. El vientre se hincha hasta niveles que dan miedo. De consulta a urgencias, de tac a radio. Una enfermera toma mi tensión permanentemente. Está muy baja, le escucho decir. Siento que esto se ha acabado y quiero despedirme de mis hijos. Suena raro, la verdad, porque como una no se ha muerto nunca, llega a pensar que es una especie de diosa del Olimpo; inmortal y poderosa. El dolor es tan fuerte, tan insoportable que prefiero terminar cuanto antes. La camilla vuela de un lado para otro tropezando con todas y cada una de las imperfecciones del suelo y aumentando mi sufrimiento. Solo recuerdo el dolor y la cantidad de autorizaciones que me ponen delante para que firme. “Exoneración de responsabilidades” Los cirujanos dicen que hay que abrir inmediatamente y que no saben lo que se van a encontrar. De nuevo pido que me quiten el dolor aunque sea a costa de mi vida. Me dan morfina. A lo mejor le tenemos que colocar un ano artificial, me dicen como gran consuelo. Se lo quitaríamos en unos meses y la volveríamos a operar. El ano artificial es una bolsita para recoger las heces. Resulta alentador, sobre todo cuando la alternativa es la muerte. (Uff qué mal suena)
Salgo del quirófano y los míos sonríen ilusionados. Era un agujero pequeño, lo han podido coser. No había casi infección porque el intestino estaba limpio por la preparación de la colonoscopia, no es necesario el artificial.
Una noche en la UCI, cinco análisis clínicos, dos piruletas de limón que consisten en un palito de algodón impregnado en limón para compensar la sequedad de boca, un colchón que se mueve solo, según me cuentan, para que no se hagan llagas en la piel. Conectada a un montón de aparatos solo alcanzo a ver a enfermos que se lamentan, escucho pitidos constantes como si sonara el teléfono. No duermo pero chupo piruletas con fruición.
Amanece y me bajan a la habitación subida en la cama robótica, de espaldas y a velocidad supersónica. Me entran nauseas. Me avisan de que el peligro no ha pasado. Hasta que no se mueva el intestino, hasta que no pasen diez días, complicaciones... Tengo que soplar, para que no se encharque el pulmón, pasear, para evitar la acumulación de líquido, ponerme una faja para que vuelva el intestino a sus dimensiones originales. El día once me dan el alta y el trece, de madrugada, empiezo  a expulsar un líquido de la sonda que se supone me habían cerrado. Acudo  a urgencias, solo quiero que me cierren la herida, pero el médico que me atiende en urgencias es un gran pensador. No sabe qué hacer y mira al techo. No encuentra en el ordenador de la clínica mi historia, a pesar de que me operaron allí. Piensa, piensa mucho, tanto que lo único que se le ocurre es hacerme un análisis y dejarme en observación. Pido con angustia que me pongan otro apósito de contacto para no dejar salir el líquido y me envíen a casa. Piensa de nuevo, y al final dice que bueno, que me vaya a casa.  
El lunes llamo a la consulta de los cirujanos porque mis piernas parecen las de un elefante. Ya no puedo ni moverme. La enfermera contesta indignada que si acaso no sabemos que estamos en Semana Santa, y que si tengo un problema, acuda a urgencias. Solo de recordar el rostro contemplativo del médico de aquella noche, prefiero convertirme en paquidermo hasta que pase la Semana Santa. Estaríamos buenos.
Busco en internet “El defensor del paciente” y leo los casos resueltos; un chico que tenía problemas con las muelas del juicio y le cortaron una pierna, una mujer que murió en urgencias porque nadie dio razón de su infarto... Pienso que lo mío, después de todo, es nimio. Porque, vamos a ver, ¿a quién se le ocurre protestar porque le perforen el estómago, salga con ano artificial de una simple colonoscopia, o le nieguen atención por ser Semana Santa?
Desengáñate,  me dice mi sobrina que es abogada y tiene el colmillo retorcido. No suelen progresar las denuncias por mala praxis.
Atravesar el intestino ¿es mala praxis o mala suerte? Irse de vacaciones en Semana Santa sin dejar sustituto, ¿es mala praxis o mala suerte?
Mira que atravesarte en vacaciones, menos mal que tenemos un equipo pionero en solucionar asuntos en urgencias. 
Lo mejor de todo fue que, al volver  a casa, después de la visita a urgencias, no me la habían okupado. Todo un detalle; tampoco progresan esas denuncias, según me cuentan.

Hay que ver siempre lo positivo de la vida.

jueves, 4 de abril de 2019

EL EDIFICIO WINDSOR

                                               







Lo bueno que tiene ser rico es que todo lo puedes hacer espectacular. No te compras un piso, sino un parque temático. No tienes un comedor en tu vivienda, sino seis o siete con diferentes ambientes por si un día te despiertas con cuerpo hawaiano o country. Los ricos no rompen las cartas de la novia o las queman con una cerilla para no dejar rastro. No, ellos lo hacen todo a lo grande, y si quieren desprenderse de algo y que nadie se entere, queman un edificio de 34 plantas sin arrugarse la camisa, con poderío. Eso, por lo menos, es lo que he leído sobre Francisco González, que controlaba una sociedad investigada y a punto de acudir a juicio por una nimiedad de esas penalizadas por la ley. La auditaba Deloitte, y González, poderoso él, contrató a unos hombrecillos para que quemaran..., ¿los papeles?, no, ¿el despacho?, no, ¿la planta? no, hombre: el edificio entero
Y lo gordo es que si yo quemara emails de un supuesto novio, me pillaban desde Hacienda hasta el Madrid Central, pero si quemo un edificio entero, todo se diluye entre plantas, ascensores y bomberos.
Dicen que vieron a unos hombrecillos con trajes de amianto merodear por el edificio aquella noche. Lo grabó un matrimonio que vivía enfrente. Pero luego lo desmintió la prensa. Dijeron que se refería al reflejo de una ventana de enfrente en la que hombrecillos con linterna y trajes ignífugos, se paseaban por su casa, vete tú a saber por qué de esa guisa. Todo tan normal, tan creíble, que han tenido que pasar 14 años, descubrir al pequeño Nicolás y a Villarejo, para que se vuelva a hablar de los hombrecillos, los papeles y los reflejos de aquella aciaga noche.
Ser rico es fantástico  Ya no sé cómo pegar un pelotazo para que cuando me pillen en un desfalco, poder declararme magalomaniaca recalcitrante, salir indemne, fundar un partido y poder presentarme a las elecciones europeas como el pequeño Nicolás, para representar a la generación de los millenails.
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“Porca miseria.”

domingo, 31 de marzo de 2019

AUDIOS PARA EL IMSOMNIO



                                   

 Imagen. Rafal Olbinski




Me gusta dormir. Algunas personas piensan que mientras duermes estás como muerta. Son esos activos recalcitrantes que necesitan hacer algo permanentemente, como si al sentarse les fuera a venir la muerte con guadaña y todo para llevárselos por vagos e inactivos. Qué absurdo, cuando yo duermo me siento como un coche eléctrico que está cargando pilas, reponiendo fuerzas, un Popeye zampándose un bote de espinacas.
Ese estado plácido, sin sobresaltos, sin recuerdos ni anhelos. Ese sabor pastoso en la boca, ese sonido de tu respiración que sale de otro lado, de mucho más adentro y suena como a tigre de Malasia mientras tú no te puedes disculpar porque estás perdiendo la noción del espacio y del tiempo. En unos instantes serás otro que se va  a poner a hacer tonterías porque ya no lo controlas.
Pero basta que algo te guste para que lo pierdas, la vida es así, como con mala idea. La edad me ha venido cargada de insomnio. Cuando me tumbo en la cama deseo la llegada de ese instante en el que los pensamientos se te escapan, y cuando los quieres atrapar, sabes que no tienen sentido porque estás allá, en ese duerme vela tan placentero en el que ya no eres responsable de lo que pase ni de lo que digas, y en el que llegan imágenes a tu mente de tíos que no has visto en tu vida, mujeres de otro tiempo o paisajes que se confunden. A veces hasta te pones a volar por el puro placer de aterrizar con los pies.
Pero ahora ya no me vienen imágenes inconexas, ni bosques llenos de mascarpone, si no me todo una benzodiacepina. Es malísimo, ni se te ocurra, me dicen mis amigos. Te volverás adicta y cada vez necesitarás más. Recuerdo que Elvis Presley jugó un partido de tenis a las tantas de la madrugada porque no cogía el sueño ni a tiros y, harto de no dormir, se tomó un montón de pastillas y la lio. Vaya si la lio. Ahora está congelado en Menfis y seguro que arrepentidísimo de haber tomado tanta benzodiacepina. Siempre que tengo insomnio pienso el Elvis y me entra temblequera. 
 Anoche lo decidí, tenía que dormir a pelo, debía intentarlo por mí misma.
Me puse un audio de esos de autoayuda que mientras te ayudan a dormir te inoculan una seguridad en ti misma oceánica. O sea que no solo duermes como un bendito sino que te levantas creyéndote la pera limonera.
Hoy día los hay para todos los casos. El que elegí anoche era solo el de aumentar autoestima, que nunca viene mal. Es un crecer en sabiduría y bondad mientras duermes, nada desdeñable.
Me tumbé y me puse los cascos. La voz que me hablaba era de una argentina, los argentinos son muy suaves y melosos. Me decía que estaba viva, y eso la verdad me daba un poco de yuyu, porque  a santo de qué venía a recordarme algo tan obvio. Continúe por no herir su sensibilidad. De cuando en cuando me hacia preguntas sobre si estaba ahí o me había ido. No quise contestarle por no perder la magia que trataba de imprimir, pero dónde narices me iba a ir si estaba tumbada en la cama, en pijama, y eran las tres de la madrugada. ¿Te has ido? Vuelve, insistía ella. Me dejé llevar por su melosa voz, por su obstinación en que volviese una y otra vez. Debí dormirme en una de esas insistencias y soñé. Soñé que una voz me seguía allá donde fuese, que mis amigos del sueño me aconsejaban que fuese a un médico porque eso de oír voces no era normal. La voz insistía que yo era lo más de lo más, inigualable, inimitable, irrepetible, pero en el contexto del sueño que estaba viviendo, no venía a cuento. Me puse a correr a ver si despistaba a la argentina que me perseguía. Ella insistía en que yo era la prota de mi vida, que los demás no eran más que personajes secundarios, que yo dirigía el cotarro. No quería dirigir nada, tan solo quería que se marchara de una vez, que me dejara en paz.
 Desperté al fin y me quité los cascos. El audio debería haber durado media hora pero lo tenía programado para que se reiniciara una y otra vez por lo que debió durar toda la noche. El móvil ardía y yo me he quedado como en un síndrome postraumático que susurra permanentemente en mi oído.
He cambiado mucho, desde que sé que soy la prota, me salto semáforos, pongo los pies encima de la mesa en entrevistas de trabajo, me paseo en coche por el Madrid central varias veces al día y hago la peineta por la ventanilla a todas las cámaras que me encuentro. Es un poderío que ha entrado en bucle y ya no me abandona.

Es mejor tomar una pastilla para dormir, porque si te agarra la argentina y entras en bucle, puedes perder la noción de la realidad y acabar imputada por declarar tu propia autodeterminación sin encomendarte ni a dios ni al diablo.

viernes, 1 de febrero de 2019

PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID







Madrid se está poniendo peligroso.
El martes había quedado en la puerta del Mueso del Prado a las seis de la tarde. Medité concienzudamente si coger el coche: no que me multan (cualquier recoveco, camino de piedra o atajo escondido, puede formar parte del Madrid Central y cargarte una multa de noventa euritos) Pensé en coger un autobús; no que hay huelga de taxis misteriosa e incontrolable, de esas tan legales tan legales, que no puedes saber ni lugar, ni hora, ni día. Pensé coger un Uber o Cavify; no, que te pegan los taxistas y además te graban para mayor escarnio. Coger el metro; no, que al llegar a la parada de Retiro, una desapacible voz cavernosa que sale de los altavoces pide que desalojes el andén sin dar razón. Si algún inocente viajero se le ocurre preguntar por un autobús para terminar el recorrido, los empleados te enseñan una lista por memorizada de autobuses de línea habitual para que te lo montes por tu cuenta y pagues lo que corresponda.
Logré llegar al museo a “calzón quitado”. Fue a la salida, cuando nos encontramos Madrid tomada por la policía: coches celulares con sus lucecitas azules llenaban el Paseo del Prado. Los autobuses, no solo no paraban, sino que estaban más liados que las patas de un romano. ¿Oiga, por qué el 27 sube por ahí? No lo sé, señora, yo solo sigo las directrices que me dan por el móvil. No sabemos a dónde vamos, ni de donde venimos, ni cuánto durará esto.
Ante tal desmadre nos pusimos a insultar a los taxista que habían cortado las calles. La verdad es que los insultamos en plan privado, como en susurros, pero, mira tú por dónde, nos hallábamos rodeados de taxistas camuflados, que al escuchar nuestro agravios tomaron posesión de su condición de taxistas rebeldes y se nos enfrentaron. Ya ni siquiera hace falta coger un VTC para que se enfaden como energúmenos, tienen un oído tan fino que solo con ir por la calle, te pueden increpar por no pensar como ellos.
Atravesamos el Ayuntamiento y también nos riñeron los policías por pasar por delante de una de los furgones que custodian el consistorio.
Llovía, los autobuses transitaban a su aire, algunos a toda velocidad por el centro de la Castellana. Nadie sabía por dónde habrían decidido los taxistas continuar su  extorsión. ¿Derecho a la huelga? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por dónde va a transcurrir? No nos atrevíamos a pedir un VTC, ni  a pasar cerca de un furgón policial, ni coger un coche de amigo.
Ateridas de frio y soledad nos resguardamos en el jardincito del palacio de Linares, mas que todo por si algún fantasma nos daba razón de por qué tenemos tanta condescendencia con el avasallamiento. No hubo fantasma y nos dirigimos a nuestra casa andando. Solo pedíamos que no nos pusieran una multa por caminar por los pares con cara de impar, (como ocurre en navidad por las calles aledañas a la Puerta del Sol).
Todavía no saben si el responsable de este descontrol va a ser el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid, el ministerio de Fomento, el club de Futbol Rayo Vallecano o la fundación Juan March.
Mientras tanto; los taxistas a su aire, los autobuses despistados y los peatones multados hagan lo que hagan.

Pongamos que hablo de Madrid.