sábado, 16 de marzo de 2024

QUERER ES PODER

                                  


 

 

 

 

 

Quiero hacer el camino de Santiago, pero de verdad: dormir en un albergue, extraviarme por los caminos, llenarme de ampollas e ir sola en busca de flechas amarilla para no perderme. Todo eso quiero, pero mis circunstancias son peliagudas: tengo 85 años, ciática y rotura de cadera por tres partes. El fémur jodido y los pies con descuelgue de metatarsianos. Pero eso no tiene la más mínima importancia porque por las noches escucho podcasts de sanación de mi maestro; Salustiano Vapartiko, que me dicen que todo está en mi mente, que la realidad no existe, que si quiero pensar que soy una ágil deportista y logro que eso forme parte de mi cerebro, es decir, lo interiorizo, pues me salen piernas musculosas, fémur de escandalo, nervios de acero y metatarsianos alineados.

Decido iniciar el camino y voy llenando la mochila como un autentico peregrino, que si mudas, que si vaselina para las yagas, que si frutos secos para obtener energía… En fin, todo eso. Agarro la mochila y salgo a la calle. El portero me ayuda a cargarla en el taxi, me dice que no debo llevar tanto peso. Y eso que todavía no sabe que me largo a Roncesvalles para iniciar la marcha a lo Carlomagno.

 Durante el camino hago meditación trascendental y yoga nidra como me aconseja Salustiano. Respiro hondo, contengo la respiración y expulso. Los vecinos de asiento me piden que practique el yoga en silencio, que no moleste al personal, pero hago caso omiso porque el camino tiene sus reglas y yo las cumplo.

La llegada a Roncesvalles es un poco difícil pues el haber mantenido la postura del loto durante el trayecto ha dejado mis piernas, cómo diría yo: entumecidas  contraídas, apelmazadas. No puedo desenroscarla y el vecino tiene que ayudarme porque si no, el que no sale del autobús es él.

El albergue ocupa el sótano de una iglesia donde en su día enterraron peregrinos de mi edad o mayores. La sala se encuentra plagada de literas, de ronquidos, de exhalaciones e inhalaciones. No hay ninguna litera libre en la parte de abajo y debo subirme trepando hasta la de arriba. Una vez lograda la escalada, me dejo caer. Me duelen las rodillas, pero no lo pienso quejarme porque mi maestro Salustiano dice que no hay que pensar en el dolor, que no existe, que las cosas las imaginamos.

Me quedó dormida.

Despierto a media noche. La sala está a reventar de peregrinos con las tripas desestructuradas, y los sonidos de diversos tipos inundan el local. Me levanto y pongo mi pie en la litera de abajo, pero caigo en el ojo del de abajo y me la cargo. Cojo mi mochila y me voy a la ducha. El agua está fría pero mi Maestro Salustiano Vapartiko dice que el agua está como yo imagino que está, por lo que grito desgarradoramente, y un peregrino malhumorado me dice que me calle y que vuelva  al geriátrico de donde no debí salir nunca. Le amenazo con una maldición gitana, le digo que por muchos kilómetros que haga, el camino no le va a servir porque no tiene grandeza de corazón, ni humildad de peregrino, ni huevos para enfrentarse a una anciana ante un tribunal. También le digo que el santo se la va  a guardar.  Él se contiene y me ayuda  a salir de mi estado hierático por congelación. Una vez recompuesta y con la estructura ósea en mi estado primigenio, desayuno nueces y algún dátil que le he quitado a mi vecino de litera. Me pongo las zapatillas, la vaselina, los calcetines y un pañuelo en la cabeza. Salgo a la penumbra de la noche. Es mejor andar de noche que de día, dice mi maestro. Me pierdo y llueve. Me meto dentro de un charco que me engulle como arenas movedizas.  No veo la flecha amarilla, pero como mi maestro dice que siempre estamos donde debemos estar, abrazo a un señor que se encuentra cargando el maletero de su coche. Me santiguo como si fuese el mismo apóstol Santiago y regreso a mi casa cargada de indulgencias plenarias y de las otras.


domingo, 10 de marzo de 2024

EXCUSAS

                                              


 

 

 

Lo veo junto al estanque del Retiro. Es un hombre de mediana edad, pelo oscuro y chaleco tirando a beis. Lleve una poblada barba y habla por teléfono mientras pasea, no puedo evitar escucharlo. “Lo siento, pero ahora no puedo, estoy en Móstoles”, dice.

Me alejo sutilmente para que no piense que me meto en su vida. Miro hacia los alrededores para estar segura de dónde me encuentro. Dudo de mi ubicación. Dicen que las alteraciones cognitivas comienzan al no poder situarte en el espacio/ tiempo, al sentirte perdida en medio de la calle, y yo parezco tener una disonancia extemporal y galopante. Trato de salir de Móstoles lo más rápidamente posible. Me dirijo a las puertas del Retiro, subo al primer autobús que se detiene en la parada. Necesito relajarme. Me tambaleo como consecuencia de mi deterioro y acabo sentándome al lado de una señora que practica inglés por el método Duolingo. Le suena el móvil e interrumpe su clase. Habla un momento y le dice a su interlocutor/ra que no puede seguir con la conversación porque está llegando a Segovia y debe apearse. Miro a través de la ventanilla y observo que nos encontramos frente al Corte Inglés de Goya. Ella no se levanta ni solicita parada. Continua con su clase de inglés. De pronto me pregunta: “I am Spaish and you?  Le contesto para no hacerle el feo “I get off at Segovia”.

Me mira con indignación, la pregunta no debía ir dirigida hacia mí y se siente espiada. Me dice que no me meta en su vida, que bastante tiene con aprender inglés, e inmediatamente se levanta para colocarse dos plazas por delante.

Todavía no he acabado de digerir su desabrida actitud cuando se abren las puertas y veo entrar el señor que se paseaba por Móstoles. Decido bajar inmediatamente. Me siento tan poco coherente que pido que me pongan la rampa para inválidos. El conductor y varios pasajeros me increpan por gamberra. Salgo disparada para coger un taxi y regreso a casa confundida. Cierro la puerta al entrar, doy varias vueltas al cerrojo, me asomo a la mirilla y veo un descansillo lleno de ausencias.

 De pronto escucho sonar el teléfono de casa. Estoy asustada  y decido no cogerlo, pero el timbre insiste y, ante la inminencia de encontrarme de pronto en Móstoles o en Segovia, lo cojo. Escucho una voz conocida, pero vete tú a saber si es una simulación de IA o un asesino en serie. Parece ser que ahora hay muchas personas que se meten en tu casa con el aspecto de familiares y te despluman. Le digo que ahora no puedo hablar que estoy a punto de entrar en un túnel sin cobertura. Pero si te estoy llamando al fijo, dice la voz. Cuelgo y me meto en la cama. El teléfono vuelve a sonar, pero no lo cojo. ¿Cómo lo voy acoger si no sé ni siquiera dónde me encuentro?  


sábado, 28 de octubre de 2023

INSOMNIO

                                                        



 

 

 

 

Soy insomne, una insomne de catalogo. No quiero ir a más porque dicen que eso produce deterioro cognitivo y no estoy por la labor. Dicen que también lo producen las pastillas tipo diazepan y aledaños. Vamos, que como te descuides te quedas gagá. Me han puesto entre la espada y la pared por lo que he decidido dejar la pastilla, acostarme todos los días a la misma hora, apagar el móvil y de más. Y si ni por esas, ponerme audios de meditación o yoga Indra. Lo del yoga Indra está muy bien. Te aseguran que aunque no duermas, es como si durmieras, que tiene el mismo efecto para la salud. Que la relajación que se produce es de tal intensidad que equivale a varias horas de sueño. A veces lo he probado y lo que se dice dormir, no lo consigo, pero quedarme pegada al colchón, inmóvil y algo catatónica sí, ves tú. El problema es que no me fio de que quedarme en ese estado tan extraño equivalga al sueño.

Mi última decisión ha sido ponerme audios de Schopenhauer. Es un buen invento porque el hombre era estoico y algo pesimista. La voz del audio es susurrante y deprimente. Dice en murmullos que no tenemos nada, que ni siquiera nuestros miembros físicos nos pertenecen, que en cualquier momento los perdemos o nos quedamos paralizados por la artritis o la artrosis. Dice también que por no pertenecernos, no nos pertenecen ni los amigos, ni la familia, ni un plato en la mesa... Que lo podemos perder todo en un santiamén. No es animado, esa es la verdad, pero te hace meditar un huevo. La voz es envolvente y lo dejo amargarme la vida mientras me atontolina. Dice que lo único bueno con lo que contamos es el carácter, o sea la posibilidad de echarnos el mundo a la espalda y apechugar con lo que nos toca. Luego, para ahondar un poco en el mensaje, da citas muy antiguas y hermosas. “La felicidad es la ausencia del dolor”, Epicuro. “La felicidad se logra con la práctica de la virtud”, Sócrates. “Si no te duele nada al levantarte, celébralo”. Y ya cuando me encuentro entre el sueño y la vigilia, suelta la frase que me deja en shock “Carpe diem” que la dijo un tal Quinto Horacio Flaco, un poeta romano que murió allá por el año 8 a.c.

A partir de ahí ya duermo ocho horas además de volverme sabia y desapegada. Paso el día en un continuo pasotismo del que no me saca ni Abascal, ni Yolanda Díaz, ni Pedro Sánchez, ni Feijoo.

Es un laissez faire, laissez passer que os recomiendo.


viernes, 13 de octubre de 2023

Soledad

Los que me esperaban al nacer


 

 Qué solita te dejo, dijiste el otro día en una cama de hospital triste, rodeado de cables y cortinas. No lo dijiste siquiera con amargura, solo así: eres la última. Y a mí se me apagaron las luces de golpe, dejé de ver una mesa de comedor repleta de jóvenes divertidos, de escuchar las voces de nuestros padres, la vuelta al ruedo de la tata cuando le había salido la paella de cine. La vi con su gorro blanco tratando de abrazarte sin alcanzar tus rodillas. Dejé de ver mi habitación llena de niñas del colegio esperando a que mi hermano Juan Alfonso saliera del laboratorio, “tan guapo, con su batita blanca”, decían. Y así, mientras recordábamos hasta al “Sereno” de antaño, fui cerrando puertas y habitaciones. Mi habitación, primer lugar al que acudíais Javier y tú, cuando regresabais a casa por vacaciones, porque era la primera que me despertaba para recibiros. Qué mayores, jóvenes y guapos os veía. Las canciones de Elvis Preysler os acompañaban a todas partes. Siento vuestro olor a colonia, ese deseo inmenso a que me quisierais, a que no me olvidarais por muy pequeña que fuese. Apagué la luz de mi primer seiscientos del año de la tana: “Fitipaldi” le llamabas, ese que me regalaste cuando ya eras un potentado y podías comprarte uno nuevo. Pequeño y verde, sonoro y limitado en velocidad y embrague, pero tan mío gracias a ti.

Hemos vivido estos días en el hospital cargados de recuerdos, tantos  que hasta hemos logrado conjurar al miedo. Y ha sido así como me he enterado de que atendiste un parto en una guardia y los pacientes querían que fueses su ginecólogo para siempre. Me he enterado de que Peluca  se colaba en nuestra portería a los 16 años solo para sentirse cerca de ti.

Hemos sido niños, Juan Alfonso, hemos sido adolescentes y, poco a poco, hemos ido abandonando nuestra primera familia para crear las nuestras. Pero ese olor a juventud y a expectativas, ese King Creole te lo has llevado tú, por ser el último, por desempolvar tantos recuerdos, porque has cerrado el sobre de nuestro pasado y le has puesto un sello de lacre.

A partir de ahora continuaré viviendo con la familia que cree, con mis canas, mis arrugas y mis recuerdos. Viviréis en mí y en mis sobrinos para siempre. Nadie olvidará a nuestros padres, ni a la tata, ni a Gabriel Miró 6, porque nuestros hijos no lo van a consentir y porque yo no hago más que contar historias de  ellos para que así sea.

 Ellos han recogido nuestra forma de reírnos, la ironía, la alegría que sentíamos y la rectitud que nos enseñaron nuestros padres.

 Juan Alfonso, cuida de nosotros porque ya eres un ángel y los ángeles nunca nos olvidan.

 

 

domingo, 24 de septiembre de 2023

LA CORTEZA PREFRONTAL Y LOS MAYORES

 

 

                                          


 

 

 

Un alumno de primaria se lía a patadas, puñetazos, mordeduras y arañazos con cuatro profesores en un colegio de Gran Canarias. Dos hombres amenazan de muerte a un médico en el hospital de Málaga. Un niño de trece años apuñala a un profesor en Murcia. Un joven de Teruel, a prisión por pegar una patada a un juez…

Así comienza el artículo de Rodrigo Terrasa en el diario El Mundo de hoy 24 de septiembre de 2024.

Toda generación ha criticado a la anterior, la ha considerado una perdición, un caos, algo irrecuperable. Recuerdo a mi madre empeñada en que apagara la televisión cada vez que salía  Demi Roussos porque, hija, es que huele fatal. Era el aspecto lo que despertaba sus papilas olfativas. Un hombre vestido con túnica, barba y melena, era símbolo inequívoco de que no se lavaba y por tanto olía a perro vagabundo.  Si además ese mastodonte tenía voz de mujer ya se le cruzaban todos los cables y se le derrumbaba su mundo apacible y seguro.

 Es difícil aceptar las actitudes de las nuevas generaciones. Mi vecino Nicolás estaba convencido que todos aquellos que compraban un todo terreno, eran hombres bajitos, que fumaban en pipa y la tenían corta. Lo afirmaba con una rotundidad tal, que consiguió que yo me apartara cuando veía acercarse cualquier todoterreno. Tenemos una clara tendencia a encasillar a la gente y eso nos hace crearles un mundo lleno de fantasías y tópicos. Y cuanto más desconocemos el tema, más nos atrapa ese maremágnum de ideas sin pies ni cabeza. A la tía Catalina le preocupaba mucho no tener dinero negro. Aquello ocurrió en los años de la reforma fiscal. No se hablaba de otra cosa. Hacienda iba a acabar con la economía sumergida y a las amigas de mi tía les encantaba presumir de tener dinero negro escondido en recónditos agujeros negros. Hija, y yo ¿por qué no tengo?, me preguntaba la mar de desilusionada. Para ella el hecho de no disponer de una caja de zapatos escondida al fisco, le resultaba tan vulgar.

Los olores de Demi Roussos, el bajito con pipa subido a un todoterreno, el dinero negro y demás contundentes afirmaciones, pasaron a la historia hace mucho tiempo y el mundo continuó girando a su aire, como siempre. Sin embargo, como no podía ser de otra forma, ahora soy yo la tía Catalina, o mi vecino Nicolás, o mi madre. No reconozco el mundo en el que vivo. Juré que cuando me hiciese mayor no empezaría a comer antes que los demás, que no hablaría fuerte en el cine, ni daría mi opinión a todo lo que se moviese. Juré que no etiquetaría a nadie por su aspecto, y que me informaría antes de hablar. Juré, es verdad, juré mucho. Me pasé la vida jurando, pero lo que no sabía entonces, es que tenemos una corteza prefrontal en el cerebro, que se deteriora inexorablemente y te impele a no poder esperar para atacar el bol de patatas fritas o al canapé de salmón nada más verlo aparecer, a hablar sin medida de lo que sabes y de lo que no, a etiquetar a todo hijo de vecino y a guardar dinero dentro de la aspiradora por si acaso. 

Y aquí me encuentro, tan perpleja como estuvieron ellos, sin ser capaz de entender que cuando salgo de paseo se me crucen patinetes a la diestra y a la siniestra, y me insulten por andar tan despacio, que a mi vecino le peguen un empujón por las escaleras al pedir al dueño de un perro que recoja sus heces. Pero sobre todo, que a un juez se le envalentone un joven y se lía a patadas, que un adolescente le pegue a cuatro profesores y que apuñalen a un profesor de Murcia por quítame allá esas pajas, da pánico. Porque eso ya no es mi prefrontal, ahora estoy segura de que las nuevas generaciones se deterioran, se dirigen a la perdición, al caos, y se van a convertir en algo irrecuperable, como decía mi madre.

Que mal yuyu.

miércoles, 5 de julio de 2023

LA CHARCA DE LA MANCHA


 

 


  

He comprado un corrector literario. Se trata de una herramienta online creada a partir de la inteligencia artificial. Por supuesto es sabio y conoce de literatura una barbaridad. Te ofrece corrección ortotipografica. Dice que corrige los errores ortográficos, sintácticos, gramaticales. Explica también como unificar recursos  (mayúsculas, cursivas, comillas, negritas). Aplica al texto los principios de estética, funcionalidad, legibilidad y eficacia comunicativa. Y no solo eso, sino que es conocedor de estructuras y desarrollos. Capaz de imitar la forma de escribir de cualquier premio Nobel o Concourt que se precie.

 Te anima mucho para que lo compres: "Conseguirá usted vender tantos libros y gustar a tanta gente, que su estela le sobrevivirá siglos. Imagínese firmando ejemplares por doquier, tanto en las islas Caimán como en Nueva York. Tanto en la Pampa Argentina como en Burkina Faso. Su toque, ese de no ser de ninguna parte y al mismo tiempo de todas, le hará ser querido por la humanidad sin banderas, ni credos. Su fotografía colgará de grades edificios en lugares emblemáticos. Su cuenta bancaria rebosará por la creatividad y buen hacer."

Me gustó la perspectiva, la verdad. Soy un escritor desconocido que solo logra llamar la atención de pequeñas editoriales que viven de timar a los escritores y prometerles que por una mísera contribución le harán famoso. Ya he comprado toda la edición de mi propio libro: “Los ojos de la española”, coeditado previo pago de los ejemplares impresos para que luego los venda como dios me dé a entender. He recorrido despachos de compañeros, viviendas de vecinos, paseantes y bibliotecarios. He dejado mi libro en la peluquería de mi barrio, en el podólogo, el dentista y hasta en el tapicero ambulante, sin lograr deshacerme de los dos mil ejemplares editados y comprados a tocateja.

 Reconozco que el programa del corrector me ha salido un poco caro, pero eso no es nada en comparación con el gasto que me ocasionó mi antigua novela. Si salgo en los carteles de las mejores ciudades, si consigo que una editorial de renombre apuesta por mí, si recibo premio tras premio, y me traducen al nepalí o al tagalo, doy por bien gastado el dinero del corrector ortitopandico IA.

Ayer recibí el archivo, y para hacerme con las vicisitudes del programa, comencé con un relato de dos páginas.

El relato trataba de una historia de amor romántico frustrada por culpa del padre de ella,  califa y profundamente clasista.

La novela estaba ambientada allá por el siglo en el que las tierras alicantinas se encontraban bajo dominio musulmán. Comenzaba con la imagen de una pareja de adolescentes observando el mar embelesados desde lo alto de las murallas. Ella se llamaba Cántara y era de una gran belleza. Como tenía edad de casarse y muchos pretendientes, el padre decidió ponerlos a prueba. Se trataba de una leyenda sobre el monte Benacantil y la silueta del moro.

Escribo los primeros párrafos:

“Amanece, el tibio sol invernal ilumina la fría desnudez de las inmensas aguas del mediterráneo. El horizonte refleja la grandiosidad de un mar encrespado y tozudo en el que contados barcos de pesca se atreven a faenar ante la proximidad de una tormenta embravecida que se adivina en el horizonte. Se escucha el estridente graznido de las gaviotas.”

IA tacha los primeros párrafos y pregunta: ¿tibio sol?, ¿fría desnudez e inmensas aguas? Esas frases constituyen redundancia excesiva, ya que se utiliza el adjetivo anteponiéndolo al sustantivo en tres ocasiones. Si continua usted así, atragantará al lector.

Lo corrijo: Amanece, el sol ilumina la desnudez del mediterráneo.

IA tacha de nuevo:

¿Quién le ha dicho a usted que el mediterráneo es un mar desnudo? ¿Acaso le gusta a usted el cine porno? ¿Es un acosador que ve desnudos por todas partes? Como metáfora es excesiva y como eufemismo, desafortunado. Pero prosigamos ¿Porqué el mediterráneo esté encrespado, los barcos de pesca tienen que dejar de faenar? Estaríamos buenos si perdiéramos la cuota de pesca de la unión europea solo porque se adivina una tormenta allá, en el horizonte. Entregarían esa cuota a cualquier país de la Comunidad y nos dejaría sin salmonetes. ¿No se da cuenta de las terribles consecuencias que el relato de un mal escritor puede tener en su país? ¿Y las gaviotas?, esas que se quejan. ¿No sería mejor que en vez de un mar embravecido fuese una charca en medio de una llanura que está quedándose sin agua por el cambio climático? ¿No se da usted cuenta de que cuando uno escribe debe dejar huellas imperecederas del medio ambiente, del momento histórico en el que se halla para que lo conozcan las generaciones que venideras?, siempre se conocería lo desastroso que es la falta de agua y la necesidad de llenar embalses o presas. 

Llego a la conclusión de que el corrector IA no ha entendido que los hechos transcurren en la edad media. Le envío un resuman de la historia para que comprenda que en aquella época no se hablaba de ecología, que les traía al fresco el cambio climático. Que mi historia va de amor adolescente, de impedimentos parentales, de la dichosa silueta del moro y de los motivos por los que en el monte Benacantil sobresalga su imponente figura.

IA comienza a enfadarse: ¿Moro? Usted todavía tiene prejuicios raciales ¿verdad? Pretende llamar moro a un califa. Un hombre de reconocido prestigio que vivía en una fortaleza para defenderse de las colonias de prepotentes y machistas blancos que lo querían echar. Unos desokupas sin ápice de decoro. Eso es homofobia. Le sugiero que comience de nuevo teniendo en cuenta las sugerencias que le he planteado.

Comienzo de nuevo:

“El otoño va tiñendo de color ocre los campos y el embalse recién construido. En el campamento cristiano se respira una sensación de victoria. Todos quieren pensar que es el final de la ocupación musulmana para los soldados, significa el final de las incursiones árabes; para los nobles y capitanes, nuevas tierras y títulos; para los reyes, lograr coronar la unidad del reino; para la Iglesia, una victoria frente al infiel; y para todos, la deseada paz en la península.

IA ruge. Veo que está usted empeñado en glorificar las hordas fascistas que asolaron y asolarán nuestras comunidades autónomas, aquellas que trataron y tratan de unificar la península bajo un credo común, una lengua común y unos reyes despóticos y prepotentes. Su escrito es infumable y no me comprometo a ser su director literario. O corrige esa sarta de opiniones sectarias o le devuelvo el dinero y lo dejo con su novela “Los ojos de la española” para desmérito suyo y de su escritura.  

Me asusta no poder contar con el beneplácito de los habitantes de Urquina Faso y decido plegarme a sus indicaciones.

Comienzo de nuevo:

“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme…”

Eso ya es otra cosa. Continúe, hombre, continúe y vuelva al redil.

Y así voy escribiendo la nueva novela: “La charca de la Mancha”.  

 





domingo, 28 de mayo de 2023

JABALINA, CEGUERA TOTAL.

 

                                                      

 


 

 

 

 

“La realidad no existe”. Es el título del último libro de Jaime Rodríguez de Santiago. En resumen dice que solo vemos una parte de ella, que es como si miráramos la calle a través de una ventana. Lo malo es que además de no tener la capacidad para ver el entorno en toda su extensión, la vemos como quieren que la veamos.

 Las sectas imprimen en sus acólitos una ceguera total.

 Todavía recuerdo cuando se celebraron unos Juegos Paralímpicas y anunciaban por la radio que ese día tocaba el tiro con jabalina en la modalidad: ceguera total.

Aquel día decidí quedarme en casa y cerrar a cal y canto las persianas.

Me encuentro ahora en la misma tesitura. Siento que celebramos unas elecciones cuya modalidad es: ceguera total, que vamos a votar lo que decidan los periodistas, los de nuestras preferencias políticas, los que nos caen bien, los trileros. ¿Dónde está la bolita?

Los líderes políticos no disimulan, saben que se puede hacer cualquier cosa, cualquier barbaridad, y les seguirán votando los suyos. Más que todo, para que no lleguen los otros, el demonio, el pecado, el mal, los cuatro jinetes del apocalipsis.

No importa ya si se han dilapidado millones en trenes que no pasan por los túneles, o en camillas que no entran en el ascensor, o si un miembro del gobierno se manifiesta en las puertas del congreso contra sí mismo, en un acto de cinismo sin precedentes. No importa si les quitan las viviendas a unos para que otros vivan, ya que los responsables de que no haya indigencia se ha quedado con una mano delante y otra detrás de tanto comprar voluntades.  Ada Colau dice en un mitin, que a los catalanes no les importa la okupación sino el medio ambiente. Oye, y se queda tan ancha. Supongo que a los vecinos les dolería esa afirmación, pero si lo dice ella… Lo cierto es que no hubo nadie que le dijera, “Pero señora, ¿cómo no nos va  a preocupar el orden público, el deterioro de la ciudad, ver un barrio ocupado por los mossos, los desokupas, los vecinos y los lamentos? Pues es verdad, no les preocupa, porque son los tuyos, y los tuyos pueden hacer de todo.

Así ocurre en el otro lado. Ayer leí en los comentarios sobre los etarras en las listas electorales que fue Rajoy el que sacó de la cárcel a Bolinaga. Bolinaga, el horror de los horrores, el hombre que no luchaba por una idea sino que cuando vio que podían salvar a su presa, decidió callar y dejarlo morir en su zulo. Bolinaga que significaba para mí la encarnación del mal, del odio, de la crueldad. Ese Bolinaga era excarcelado por Rajoy, por la derecha, la derecha investida de moral y buenas costumbres. Y es verdad, lo sacó con la excusa de que estaba muy enfermo y no era verdad. ¿Qué nos están contando?

Acaso no fue Ciudadanos el que quería pactar con el PSOE para echar a Ayuso y Gómez Mira de sus presidencias y conseguir de esa forma dirigir unas comunidades que por votos no iban a conseguir jamás. Pues siguen buscando poder, se presentan sin ápice de vergüenza. Parece la obra de “Los diez negritos” cada día quedan menos, se despedazan entre ellos, y todavía no se han dado cuenta de que se les echa por traidores.

El poder produce ceguera total. Por eso les aconsejo no salir a la calle el  día de las elecciones, porque lo mismo se encuentra una jabalina atravesando su esternón mientras usted levanta ilusionado el emblema de su partido preferido.