¿Sabe alguien dónde está
Kiko? Esa era la pregunta que más se escuchaba en nuestra casa de entonces,
cuando éramos niños, cuando la vida nos parecía tan sencilla, cuando nuestras
preguntas eran muy simples.
Y Kiko se ha vuelto a
marchar sin despedirse, pero esta vez para siempre.
Todavía es de noche,
pero allá en el horizonte, vestido de rojo y nubes, se aproxima el día. Es el
momento en que todo confluye, cuando los contrarios se abrazan cómplices,
cuando desaparece el calor y el frío, el blanco y el negro. Y es en ese instante en el que te recuerdo. Porque hubiera
querido abrazarte así, sin preguntas, aún a pesar de tus silencios. Con el
abrazo de la aceptación sin límites. No fue fácil tu vida y solo una amiga
paliaba la angustia de sentirte incomprendido: la soledad, tu refugio. “Soy
feliz por fin”, me dijiste este verano. Por fin hago lo que siempre he querido
hacer.
La noche va cediendo y
el sol intenta salir. Ganará el día y la noche se sentirá excluida, avasallada,
incomprendida. Se marchará encogiéndose de hombros como cada nuevo día, como tú
que te marchaste sin comprender del
todo. Sin que te comprendiésemos del todo. Como esta larga noche. Y entonces nos
invadirá la culpa, y tú desde lejos, desde ese lugar que ocupas alto y de luz, nos
mirarás incrédulo, “pero si era feliz, al fin” nos repetirás, pero nosotros no te creeremos, porque
juzgaremos desde nuestra pequeñez, desde ese nuestro interior tan distinto en
cada uno. “Era feliz” nos repetirás una y otra vez, y también lo era cuando me
marchaba sin despedirme, porque no quería hacer ruido, ni quería preguntas que
no tienen respuesta. Era feliz cuando me iba y cuando regresaba, cuando veía a
mis hijos y a mis nietas, cuando mis amigos me buscaban y cuando mis hermanos
me invitaban, pero también lo era cuando me refugiaba en mi hogar, cuando veía
el futbol, cuando leía”. ¿Es que tampoco entendéis eso? nos preguntarás desde
ese lugar en el que ya no hay contrarios, donde se funde la diferencia, donde
todo es fácil de entender, donde nadie pretende cambiar a otro.
Nos dejarás esa olla a
presión que nunca fuiste capaz de estrenar, la colección de carteleras Turia del
año de la tana, el mando a distancia de una puerta ajena, llaveros que
coleccionaste, y tantas cosas nimias que constituían tus recuerdos. Porque todo
lo demás, lo que tuviste de valor, lo que valía la pena, se lo dejaste a tus
hijos hace ya mucho tiempo. Nunca fuiste avaricioso. Todo encajará por fin en
tu paraíso sin aristas. Y desde allí nos dirás adiós sin comprender nuestra
pena.
Jamás te gustaron las
despedidas, por eso todavía resuena en mis oídos. ¿Sabe alguien dónde está Kiko?
El día ha ganado la
batalla a la noche, y ya no estás con nosotros. Las nubes y el cielo ha dejado
de ser rojos, el sol me impide seguir escribiendo.
Adiós, Kiko, adiós y perdona no haber sabido
comprender que hasta la noche y el día pueden llegar a abrazarse aunque sea tan
solo un instante, en el amanecer.
2 comentarios:
Vaya Carmen, lo siento mucho.
Así son las cosas, y así han sido siempre. Sólo queda tirar para adelante.
Un beso grande
PD: mañana no podré ir a lo de tu libro. Tengo un curso intensivo esta semana y salgo tarde. Jolines a ver si se arregla todo.
Siento que no puedas acudir a la presentación del libro, pero lo importante es que hagas el curso. Te deseo mucha suerte y estoy segura de que todo se va a arreglar.
Muchas gracias por tus palabras de ánimo.
Carmen.
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