domingo, 20 de octubre de 2013

CARTA A KIKO









¿Sabe alguien dónde está Kiko? Esa era la pregunta que más se escuchaba en nuestra casa de entonces, cuando éramos niños, cuando la vida nos parecía tan sencilla, cuando nuestras preguntas eran muy simples.
Y Kiko se ha vuelto a marchar sin despedirse, pero esta vez para siempre.
Todavía es de noche, pero allá en el horizonte, vestido de rojo y nubes, se aproxima el día. Es el momento en que todo confluye, cuando los contrarios se abrazan cómplices, cuando desaparece el calor y el frío, el blanco y el negro. Y es en ese  instante en el que te recuerdo. Porque hubiera querido abrazarte así, sin preguntas, aún a pesar de tus silencios. Con el abrazo de la aceptación sin límites. No fue fácil tu vida y solo una amiga paliaba la angustia de sentirte incomprendido: la soledad, tu refugio. “Soy feliz por fin”, me dijiste este verano. Por fin hago lo que siempre he querido hacer.
La noche va cediendo y el sol intenta salir. Ganará el día y la noche se sentirá excluida, avasallada, incomprendida. Se marchará encogiéndose de hombros como cada nuevo día, como tú que  te marchaste sin comprender del todo. Sin que te comprendiésemos del todo. Como esta larga noche. Y entonces nos invadirá la culpa, y tú desde lejos, desde ese lugar que ocupas alto y de luz, nos mirarás incrédulo, “pero si era feliz, al fin” nos repetirás,  pero nosotros no te creeremos, porque juzgaremos desde nuestra pequeñez, desde ese nuestro interior tan distinto en cada uno. “Era feliz” nos repetirás una y otra vez, y también lo era cuando me marchaba sin despedirme, porque no quería hacer ruido, ni quería preguntas que no tienen respuesta. Era feliz cuando me iba y cuando regresaba, cuando veía a mis hijos y a mis nietas, cuando mis amigos me buscaban y cuando mis hermanos me invitaban, pero también lo era cuando me refugiaba en mi hogar, cuando veía el futbol, cuando leía”. ¿Es que tampoco entendéis eso? nos preguntarás desde ese lugar en el que ya no hay contrarios, donde se funde la diferencia, donde todo es fácil de entender, donde nadie pretende cambiar a otro.
Nos dejarás esa olla a presión que nunca fuiste capaz de estrenar, la colección de carteleras Turia del año de la tana, el mando a distancia de una puerta ajena, llaveros que coleccionaste, y tantas cosas nimias que constituían tus recuerdos. Porque todo lo demás, lo que tuviste de valor, lo que valía la pena, se lo dejaste a tus hijos hace ya mucho tiempo. Nunca fuiste avaricioso. Todo encajará por fin en tu paraíso sin aristas. Y desde allí nos dirás adiós sin comprender nuestra pena.
Jamás te gustaron las despedidas, por eso todavía resuena en mis oídos. ¿Sabe alguien dónde está Kiko?
El día ha ganado la batalla a la noche, y ya no estás con nosotros. Las nubes y el cielo ha dejado de ser rojos, el sol me impide seguir escribiendo.
 Adiós, Kiko, adiós y perdona no haber sabido comprender que hasta la noche y el día pueden llegar a abrazarse aunque sea tan solo un instante, en el amanecer. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Vaya Carmen, lo siento mucho.
Así son las cosas, y así han sido siempre. Sólo queda tirar para adelante.

Un beso grande

PD: mañana no podré ir a lo de tu libro. Tengo un curso intensivo esta semana y salgo tarde. Jolines a ver si se arregla todo.

carmen dijo...

Siento que no puedas acudir a la presentación del libro, pero lo importante es que hagas el curso. Te deseo mucha suerte y estoy segura de que todo se va a arreglar.
Muchas gracias por tus palabras de ánimo.
Carmen.