jueves, 2 de enero de 2014

EL REY BALTASAR







Toda la vida había sido fan del rey Baltasar.
Lo veía exótico, cariñoso. Un rey con mucho mundo y miles de cosas para contar. Era mi rey preferido.
Yo había montado “un pollo” unos días antes en plena calle. No recuerdo el motivo, solo sé que a partir de ese momento no se hablaba en casa de otra cosa. “Prepárate porque no te van a traer juguetes,” decía mi madre. “Un criado de los reyes estaba tras una portería y lo vio todo”, insistía mi hermano. “Es cierto, yo también lo vi,  apuntaba en una libreta de color negro tu nombre”, me contaba otro.
Me tapaba los oídos para no escucharles. 
Yo confiaba en Baltasar, en su sonrisa, en la cantidad de años que tenía, en que sabría que yo me había arrepentido porque los reyes lo sabían todo, para eso eran magos. Porque una pataleta la tiene cualquiera y tampoco era para ponerse así, pensaba.
Lo miré suplicante cuando pasó por mi lado subido en su carroza el día de la cabalgata. Él se mostró cordial, incluso me arrojó unos cuantos caramelos con papel dorado, y esbozó una sonrisa franca, como de amigo. Me parece recordar  que hasta me guiñó un ojo.
Mi madre y mis hermanos podrían decir lo que quisieran pero Baltasar me había perdonado, de eso estaba segurísima.
Me acosté temprano aquella noche de reyes, y como todos los años, hecha un manojo de nervios. No me atreví a levantarme ni para ir al baño, porque …, “si te ven despierta no te traen nada”
Al levantarme fui corriendo al balcón dónde había dejado alfalfa para los camellos y turrones para los tres, no fueran a ofenderse por la predilección. Tres copitas de vino dulce para que se les pasara el frió de la noche, y algunas nueces por si el regreso a Oriente se les hacía muy largo.
Abrí la ventana y solo vi unos trozos negros, enormes, oscuros y compactos, creo que eran cuatro bloques de carbón. El carbón de los excluidos, de los que no merecen nada. Había también una carta pero no quise saber nada de ella.
Me encerré en mi habitación y no salí hasta el atardecer, a pesar de la insistencia, no solo de mi madre sino de toda la la familia. “Que aquí dice que como te arrepentiste abras el otro balcón”, “Que sí, mujer que te han perdonado.”
Era cierto, el otro balcón, el que daba a la calle a de atrás, estaba lleno de juguetes, pero eran juguetes  que habían perdido su magia.
Fue el único año en que me negué a fotografiarme con los regalos, el único que no he olvidado, que recuerdo paso a paso. Me duró el disgusto varios días, y juré no volver a relacionarme con Baltasar nunca más.
La vida me ha traído carbón en infinidad de ocasiones, me lo trajeron algunas profesoras del colegio, amigas traicioneras, amores frustrados, catedráticos injustos y jefes prepotentes. Me han dejado carbón en mis proyectos y en mi ilusiones, pero siempre he  buscado otro balcón, el que contiene otra oportunidad, quizá el que diera a la parte de atrás. No siempre lo he encontrado lleno de regalos, no siempre al volver a intentarlo he logrado el éxito, pero siempre he tenido claro que hay que intentarlo porque existen miles de balcones, y a lo mejor el premio está esperándote en otro, quién sabe, e incluso a veces el regalo que encuentras es mucho mejor que el que habías pedido.
Aquel primer carbón que mis hermanos se zamparon en el desayuno porque resultó ser de azúcar, me enseñó poco a poco a superar las frustraciones, a saltar por encima del fracaso, a no echar la culpa a nadie y buscar dentro de mí las causas, los motivos, los errores.
Ayer mi nieta se acercó al rey Melchor que se apostaba en la puerta del cuartel del Conde Duque para explicarle que se había portado mal con su madre. Melchor la escuchó con paciencia, pasando su brazo por el hombro, cariñoso y comprensivo. Le dio un pequeño rapapolvo envuelto en piruletas y afecto.  Le explicó por qué no lo debía volver a hacer, y la perdonó.
Ella salió feliz del encuentro, se lo contó a su hermano, se lo contó a su padre y me lo contó a mí.
Recordé mi enemistad con Baltasar.
Espero que Melchor no se la juegue, que no le traiga carbón, ni de azúcar ni de nata, porque el primer carbón no se olvida nunca. Ya sé que cuanto antes lo recibas antes aprenderás a superarlo. Aunque a ella no, por favor. Cuesta mucho enseñar a levantarse a los nuestros porque para eso antes tienes que dejarles fracasar, y duele tanto.   

2 comentarios:

NIck dijo...

hola carmen muy bonito relato de tu infancia y bueno me imagino como te habrás sentido pero afortunadamente como dices hay muchos balcones solo hay que seguirlos abriendo, la vida a mi parecer carecería de sentido si no existieran esos carbones justamente por eso debemos valorar la vida y los acontecimientos.
un fuerte abrazo

carmen dijo...

Gracias, Nike me hace ilusión mantenerme en contacto contigo desde tan lejos. Qué bien las nuevas tecnologías.
He visitado tu blog aunque no haya tenido tiempo de hacerte ningún comentario. Me gusta mucho, pero sobre todo, que hayas vuelto a escribir en el blog.