jueves, 17 de diciembre de 2015

CUANDO TE AMARGAN EL DÍA



                                    






Hoy es el día de la salud mental y quizá ha sido por eso, por lo que he tenido encuentros en la tercera fase. La primera ha sido con el carnicero de la esquina. No soy clienta, eso es verdad. A lo mejor es por eso que me la tiene jurada. Solo le compro cuando tiene croquetas de espinacas. No las hace él, pero son riquísimas. Y por no ir de acá para allá, he aprovechado para comprar carne picada. “Quiero carne picada” le he dicho,  “medio de magro y medio de ternera”, he continuado.  Pero  él, hombre hecho  a corregir, se me ha quedado mirando y me ha respondido que me faltaba algo por decir.  Vamos, que me había expresado mal y necesitaba una matización. ¿Algo? Le pregunto extrañada. Él mira a la clientela, sonríe, deja  pasar unos segundos sin apartar sus ojos resecos de mi cara, y yo me azoro. “No sé a qué se refiere”, le digo un poco avergonzada. “Me refiero a que le falta decirme algo, ¿a que sí?. Pienso si lo que quiere es que le diga, cariño, pichurrín o cualquier nimiedad que de esas que se dicen ahora para no parecer seco. “Sí, le falta decirme... "medio qué”. “Ah, ya comprendo,” le digo enfurecida. “Me refería a medio litro de magro y medio kilometro de ternera”. Se descompone un poco y yo continuo. Le digo que mejor lo dejamos porque ya no sé si quiero medio quintal de magro y medio centímetro de ternera, o quizá tan solo una hectárea de magro y media milla de ternera. Está confuso y aprovecho para decirle que me conformo con las croquetas y que volveré a casa a pensar qué busco realmente en esta vida. Los clientes han formado corro a mi alrededor y yo decido que ya no quiero ni siquiera las croquetas de espinacas.
Nada más salir de la carnicería escucho la conversación de dos señoras que al parecer han quedado para merendar.  Acaban de encontrarse y una le pregunta a la otra si prefiere sentarse en la terraza de la cafetería a pasar frío o merendar  dentro. A lo que la amiga contesta que no importa, que dónde ella quiera. “Lo digo porque como fumas, tendremos que sentarnos fuera ¿no?” Estoy enfurecida por lo del carnicero y me entra el impulso de aconsejarle  a la que fuma que deje a la amiga empantanada y regrese a su casa. Hago cuatro o cinco respiraciones de yoga, porque a mí ni me va ni me viene, y continuo hasta el metro.  Tengo hora en el médico y al entrar en la sala de espera, saludo. No hay ni un alma que me responda. Me entran ganas de coger por el cuello a la que tengo más cerca y preguntarle si me ha escuchado saludarla.  Imagino la que puedo montar y cojo una revista en la que sale Antonio Banderas que por lo visto ha decidido reinventarse. No sé lo que significa, pero mientras me entero, me voy calmando.
Mi marido me recibe  con una manzana pocha encima de la mesa. Es su forma de decirme que hasta se me estropea la fruta. Decido que no tengo hambre y me voy  a la cama para leer el periódico. La Cup quiere declarar la republica independiente de Cataluña, va a privatizar los bancos, las empresas, y todo lo que se mueva. Decido dormirme para que pase pronto este aciago día. Sueño que me pierdo, cojo un taxi y me cobra tres mil cuatrocientos euros de la consulta  a mi casa. Llamó a la policía, pero el taxista les cuenta que es una carrera de Oviedo a Madrid,  que lo puede demostrar con el cuenta kilómetros.
Me despierto con taquicardia. Ya es el día siguiente. Ha pasado el día de la salud mental pero la Cup sigue diciendo que ni Europa ni narices, que aquí se coloca un muro y a embargar.
¿Me despertaré  algún día?


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