Hoy
es el día de la salud mental y quizá ha sido por eso, por lo que he tenido
encuentros en la tercera fase. La primera ha sido con el carnicero de la
esquina. No soy clienta, eso es verdad. A lo mejor es por eso que me la tiene
jurada. Solo le compro cuando tiene croquetas de espinacas. No las hace él, pero
son riquísimas. Y por no ir de acá para allá, he aprovechado para comprar carne
picada. “Quiero carne picada” le he dicho,
“medio de magro y medio de ternera”, he continuado. Pero
él, hombre hecho a corregir, se
me ha quedado mirando y me ha respondido que me faltaba algo por decir. Vamos, que me había expresado mal y necesitaba
una matización. ¿Algo? Le pregunto extrañada. Él mira a la clientela, sonríe,
deja pasar unos segundos sin apartar sus
ojos resecos de mi cara, y yo me azoro. “No sé a qué se refiere”, le digo un
poco avergonzada. “Me refiero a que le falta decirme algo, ¿a que sí?. Pienso
si lo que quiere es que le diga, cariño, pichurrín o cualquier nimiedad que de
esas que se dicen ahora para no parecer seco. “Sí, le falta decirme... "medio qué”.
“Ah, ya comprendo,” le digo enfurecida. “Me refería a medio litro de magro y
medio kilometro de ternera”. Se descompone un poco y yo continuo. Le digo que
mejor lo dejamos porque ya no sé si quiero medio quintal de magro y medio
centímetro de ternera, o quizá tan solo una hectárea de magro y media milla de
ternera. Está confuso y aprovecho para decirle que me conformo con las
croquetas y que volveré a casa a pensar qué busco realmente en esta vida. Los
clientes han formado corro a mi alrededor y yo decido que ya no quiero ni
siquiera las croquetas de espinacas.
Nada
más salir de la carnicería escucho la conversación de dos señoras que al
parecer han quedado para merendar. Acaban de encontrarse y una le pregunta a la
otra si prefiere sentarse en la terraza de la cafetería a pasar frío o merendar
dentro. A lo que la amiga contesta que
no importa, que dónde ella quiera. “Lo digo porque como fumas, tendremos que
sentarnos fuera ¿no?” Estoy enfurecida por lo del carnicero y me entra el impulso
de aconsejarle a la que fuma que deje a
la amiga empantanada y regrese a su casa. Hago cuatro o cinco respiraciones de
yoga, porque a mí ni me va ni me viene, y continuo hasta el metro. Tengo hora en el médico y al entrar en la
sala de espera, saludo. No hay ni un alma que me responda. Me entran ganas de
coger por el cuello a la que tengo más cerca y preguntarle si me ha escuchado
saludarla. Imagino la que puedo montar y
cojo una revista en la que sale Antonio Banderas que por lo visto ha decidido
reinventarse. No sé lo que significa, pero mientras me entero, me voy calmando.
Mi
marido me recibe con una manzana pocha encima de la mesa. Es su
forma de decirme que hasta se me estropea la fruta. Decido que no tengo hambre
y me voy a la cama para leer el
periódico. La Cup quiere declarar la republica independiente de Cataluña, va a
privatizar los bancos, las empresas, y todo lo que se mueva. Decido dormirme
para que pase pronto este aciago día. Sueño que me pierdo, cojo un taxi y me
cobra tres mil cuatrocientos euros de la consulta a mi casa. Llamó a
la policía, pero el taxista les cuenta que es una carrera de Oviedo a Madrid, que lo puede demostrar con el cuenta
kilómetros.
Me
despierto con taquicardia. Ya es el día siguiente. Ha pasado el día de la salud
mental pero la Cup sigue diciendo que ni Europa ni narices, que aquí se coloca
un muro y a embargar.
¿Me
despertaré algún día?
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