Veintiséis
de diciembre. Sigue siendo Navidad, pero menos que ayer. Estas fiestas tienen
por costumbre recordarme que he añadido un año y un kilo a la contabilidad de
mi vida.
Cae
en mis manos una poesía de Walter Savage Landor.
“Al
cumplir los setenta y cinco años”
Contra nadie competí, pues nadie lo valía.
Amé la naturaleza, y amé también el arte.
Me calenté ambas manos ante el fuego de la
vida;
Ahora se va apagando y estoy presto a
marcharme.
Lejos
de deprimirme estos versos me han devuelto la ilusión. A los setenta y cinco todavía
podré amar la naturaleza, el arte,
buscar mi propio camino, porque al ser solo mía la senda, no cabe la
comparación ni la envidia.
Me
marcho al parque a andar para ver si bajo el kilo. Me sentaré luego a leer para
ver si pierdo el año. Leeré algún poema que me
caliente ambas manos ante el fuego de la vida porque tengo necesidad de
conocer cómo soy, cómo son los
demás y cómo son las cosas. Acercarme a los otros y a mí misma, para sentirme menos
sola, menos rara, menos mayor.
Feliz Navidad a los que os asomáis a mi rinconcito
transilvano.
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