lunes, 7 de diciembre de 2015

IDENTIDAD




Cuando vi en la televisión cómo los espectadores del estadio francés, después del atentado regresaban a su casa cantando el himno Nacional de su patria, su himno, y lo cantaban como signo de unión, con orgullo. Tuve una sensación difícil de explicar, porque no sé qué se hubiera cantado en España. Quizá lo que aprendimos en las escuelas durante la infancia nos define, como nos define las lentejas de nuestra madre o los olores a tiza y goma de mascar. Recordamos el olor a alcohol que desprendía el practicante antes de clavarnos la aguja cuando estuvimos enfermos, recordamos el miedo a no poder jugar nunca más un partido cuando se nos rompió el brazo. Recordamos aquella escayola que nos firmaban nuestros amigos, y el kilo de garbanzos que teníamos que levantar para recuperar el juego de la articulación.
 Y todos esos recuerdos llevaban un olor, un sabor y una música que se colaba por todas partes y nos dejan definidos para siempre. Porque hubo un tiempo en que nos fueron creando. Pasados muchos años nos evocan, no solo a nosotros sino a nuestro grupo, a quienes fuimos y seremos. Y cuando las cosas se ponen mal, cuando parece que el mundo se desmorona a nuestro alrededor,  necesitamos recurrir a esos referentes, aferrarnos a ellos para no sucumbir. Sentirnos unidos aunque solo sea un ratito.
Nosotros no lo tenemos. Nos adiestraron como adiestran ahora a los niños para servir a una causa. No podríamos cantar nada en el metro tras una tragedia porque nada nos han dejado. Ni siquiera en los partidos de futbol podemos hacerlo. Cuando sufrimos los atentados de 11M, se separaron hasta las víctimas de la masacre. Lejos de abrazarse para soportar tanto dolor, se enfrentaron o los enfrentaron. Lo cierto es que nosotros jamás cantaríamos juntos, porque no somos hermanos, no somos uno, no nos dejaron un resquicio para soportar la pena, porque nos han quitado hasta eso.
Ellos, aquellas víctimas, sus muertos y sus heridos, estaban divididos hasta en el dolor. Nos hablan de un himno pachanguero ¿y los que no tenemos otro, los que nacimos con él? ¿Qué hacemos cuando queramos apretar una mano, o necesitemos su abrazo? No podríamos encontrar, aunque solo fuera un ligero sonido a orgullo en el que sintiéramos unos brazos apretándonos muy fuerte para que no nos caigamos solos. Aunque no piense como nosotros, aunque busque otros ideales. Los necesitamos, solo un ratito, solo para estos momentos de dolor, de tragedia. No podríamos preparar a nuestros hijos o nietos para que, llegado el caso, pudieran abrazarse o cantar en el metro algo que les haga sentirse orgullosos y valientes, para no soportar la soledad de la injusticia.
De niños somos vulnerables, parecemos plastilina con la que se nos puede moldear. Luego crecemos y ya nadie nos puede quitar el odio inculcado, odio al padre que se enamoró de otra, a la madre que se marchó, a la religión, a los inmigrantes,  a los diferentes, a los de otra zona, a los vecinos, a los que hicieron la guerra en uno u otro bando.
Quiero cantar como los franceses que salían del estadio, juntos, aunque solo sea un ratito.


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