sábado, 27 de febrero de 2016

EL HOMBRE BICOLOR (JAVIER TOMEO)

Acabo de terminar una novela póstuma de Javier Tomeo (1932-2013), uno de mis autores preferidos. Es tan poco conocido en España, o quizá tan poco nombrado que no sabía de su fallecimiento. A Javier Tomeo lo conocí por recomendación de un amigo. Cuando pedí alguna obra del autor en el Corte Inglés, la dependienta le gritó a un compañero “¿A ti te suena un tal Javier Tomeo?” En la década de los ochenta se confirmó como una de los mejores y más personales narradores españoles contemporáneos. Muchos de sus libros están editados en Alemania, Holanda, Brasil, Francia, Italia, Portugal, Israel, Hungría, Polonia, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Gran Bretaña y Estados Unidos con excelente acogida de la critica. Sus libros están reeditados y la primera novela que leí de él fue “Amado monstruo”, una auténtica delicia. Pero, ya ves tú, en las grandes superficies españoles ni les sonaba. La primera obra que llegó a mis manos ya me impactó. Debo reconocer que el surrealismo me gusta mucho y que él lo lleva a las últimas consecuencias. De su lectura se desprendía una angustia y a la vez una ternura que me atrapó. Leí luego “El crimen del cine Oriente” y después ya todo lo que caía en mi mano de ese fantástico autor. “El cazador de leones”, como casi toda su obra, es pura sensibilidad. Intuía en el autor a un hombre solitario con una necesidad enorme de afecto, muy enganchado a la figura de la madre. Hace ya bastante tiempo descubrí que impartía un taller de escritura en “El Circulo de Bellas artes” y me apunté. La verdad es que a distancias cortas no era lo mismo. Me llevé una gran desilusión. Y es que cuando lees algo que sale de lo más profundo, de lo más sincero de un ser humano, no puedes evitar emocionarte. Luego, conoces al hombre mondo y lirondo y no encuentras más que eso, a un hombre con escasa capacidad de empatía. No me acuerdo qué escritor decía que empeñarse en conocer a un autor es como querer conocer a la vaca que te estás comiendo. Y quizá tuviese razón; una cosa es la obra y otra el hombre. No es que fuese maleducado, era correcto y amable, pero no sabía conectar, era como si estuviese en una dimensión diferente a los demás. Nos habló de sus éxitos y de los lugares donde habían adaptado sus obras pero se quedaba en eso, en la anécdota. Cuando una amiga fue a que le dedicase su libro, aprovechó que era prima de un amigo suyo para ponerle. “Para la prima de mi amigo…” A ella se sentó fatal y yo comprendí que tenía una gran falta de empatía. Hoy, cuando acabo de leer su obra póstuma, cuando sé que murió de una complicación de la diabetes que padecía, se me ha abierto un resquicio de comprensión humana. El libro se titula “El hombre bicolor” y trata de un recaudador de contribuciones con un ojo de cada color que llega a una ciudad en la que no hay nadie, solitaria,una especie de Comala de Juan Rulfo. El hombre bicolor conversa consigo mismo para no sentirse tan solo, para aclararse. Es una narración obsesiva, un personaje estrafalario y con un tono entre lo cómico y lo inquietante. Tomeo siempre asumió su condición de raro, de ahí sus personajes con seis dedos o monstruosos. Su lenguaje es justo, cortante, escueto. “Si puedo emplear cuatro palabras no emplearé jamás ocho” dijo para resumir su forma de escribir. Por eso, después de leer esta obra póstuma de soledad y aislamiento, he recordado su incapacidad para conectar con el otro en el cara a cara y me he sentido cómplice de su tragedia, de su forma de estar en el mundo. Luego me he preguntado si no ocurrirá con todos los seres humanos algo parecido, que vemos el mundo de forma tan diferente, tan dispar a los que nos rodean, que nos ocultamos para que nadie sepa de nuestra infinita e irremediable rareza y soledad.

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