Reconozco
que soy ahora mucho más selectiva para la lectura de lo que fui. Y eso trato de
aconsejar a los niños cuando tengo encuentros sobre libros y lecturas. Ya no me
importa que un autor sea reconocido mundialmente, agasajado o vituperado. Ahora
me permito el lujo de despreciar a los que otros llaman grandes, me engancho a
la prosa, a la forma de narrar, a los escenarios genialmente escogidos, a la
inteligente pluma, y me entrego, como en mis años de lectora impenitente, con
pasión. Reconozco que hay autores buenos a los que no me engancho y otros que no
tienen tanta fama, que me emboban. Todo depende de nuestro yo más interno, de
nuestras formas de estar en el mundo. Por eso, siempre que hablo de un libro
que me ha gustado, noto a mi alrededor cómo se afilan las uñas, se alargan los
colmillos. "¿Te atreves a decirme que fulanito es algo pesado? ¿Acaso es eso
lo que me estás queriendo decir?" Y yo, un poco encogida, me subo la capucha del
anorak como si lloviera, y muy bajito contesto. “Pues sí, chico, ¿qué quieres
que te diga? A mí me aburre soberanamente tal o cual autor, me parece un fatuo,
un insoportable y un juntapalabras cultas sin más intención que sentirse
importante mientras le hacen la ola”. "¿Y tú quién eres para opinar, si no eres
filóloga, ni licenciada en literatura, ni nada de nada?" “Pues por eso, porque soy
lectora compulsiva y con suficientes libros a mi espalda para decir lo que
siento sin ponerme colorada”.
Y
todo este rollo lo suelto porque ha caído e mis manos una novela de las de entonces,
de las que me hacían no poder dejarla, una novela que me ha hecho disfrutar como
lo hago con García Márquez, con Rulfo, con Mark Twain y con tantos otros, a lo
grande. Se trata de “Los viejos marineros” de Jorge Amado. Y llegué a él por un
comentario que me hicieron en el blog cuando hablé de “El humor en la
literatura”. Gracias, Sir, por una recomendación que tardé tanto en seguir.
No
entiendo como existen tantos autores geniales que no conozco o nunca conoceré,
mientras pierdo el tiempo con premiados y nominados soporíferos. Pero a lo que
íbamos: Jorge Amado fue un escritor brasileño. En 1945 fue elegido miembro de
la Asamblea Nacional Constituyente por el Partido Comunista Brasileño (PCB),
siendo el diputado más votado del estado de São
Paulo. Como diputado fue autor de la ley que asegura la libertad de
culto religioso. Nació en 1912 y murió en 2001. Fue reconocido como otros, por
el realismo mágico. La primera novela que he leído de este autor, “Los viejos
marineros” trata sobre la vida de Vasco Moscoso. Está estructurada en tres
partes: la primera habla de su llegada a Beriberi, un barrio habitado por
jubilados a los que encandila con el relato real o inventado de sus hazañas
como Capitán de Altura. La segunda trata de su juventud, sus antecedentes personales:
joven, guapo, rico y elegante, un crápula divertido y con encanto para
amistades y mujeres, al que le falta algo, un titulo que lo identifique y de sentido a su vida. Lucha
denodadamente por conseguirlo, hasta que logra por fin el diploma que colmará
sus deseos. La tercera parte pone en vilo al protagonista porque tiene que
comandar un barco de verdad y resolver problemas reales para los que no parece estar
preparado.
Habla
de la vanidad, de las fatuas apariencias del ser humano capaces de cambiar la
realidad cotidiana o las fantasías personales. Nos hace ver que deberíamos realizar sinceramente
y más a menudo ejercicios de autocrítica y aceptarnos como somos, cada uno con nuestras
virtudes, defectos y limitaciones, intentar dejar de lado la estúpida vanidad y
tomar como lema personal uno muy conocido y antiguo, pero no por ello menos
cierto y apropiado: Carpe diem.
La
novela nos hace reír y a la vez reflexionar, apasionada y con un desenlace
genial e imaginativo. En ella encontramos ironía, inteligencia, humor. ¿Quién
da más?
Voy
a buscar todo lo que encuentre de este genial escritor del que me avergüenzo no
haber leído antes.
Cuánto
me queda por leer y cuánto tiempo perdemos tragando lo que algunas editoriales y
librerías de grandes espacios nos embuchan para crear adictos.
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