He
leído tu carta, Silvia, la que escribiste
sobre la entrevista que Jordi Évole le hizo al etarra que asesinó a tus padres.
Me he sentido muy mal y he tenido que buscar la entrevista para ver hasta dónde
puede llegar un ser humano. Y al verla, ha sido cuando me he derrumbado del
todo.
Mark
Twain, dijo que todo aquello que anida en el corazón del hombre, anida en el
suyo. “Os conozco”, decía, “sois ruines,
malvados, envidiosos, dispuestos a todo por avaricia, por lujuria, por
debilidad. Y os conozco porque soy uno de los vuestros.”
Esas
palabras me calaron muy hondo cuando las leí, y me han acompañado durante toda
mi vida, en lo bueno y en lo malo.
Cuando he contemplado algo tan maravilloso que me ha tocado el corazón, he
pensado: si esto lo ha hecho un hombre es como si lo hubiera hecho yo, porque
estamos hechos de la misma pasta, tenemos los mismos instintos, compartimos los
mismos deseos. Es de mi raza y por tanto
mío. Me entra una sensación de globalidad humana que me reconforta. Pero cuando
encuentro el asesinato, el odio, la crueldad y la barbarie, siento un miedo
atroz. Cada nacimiento humano es la promesa de una innovación maravillosa a
veces y terrible e incomprensible otras. ¿Sería capaz de hacer yo una cosa así
si las circunstancias fuesen las mismas? Y esa pregunta me atormenta. La
mayoría cree que no, duerme feliz pensando que son monstruos sin acabar, seres
sin alma, sin cabeza, que están en el otro lado. Pero yo no lo tengo tan claro.
No es ya la sinrazón de ETA, es que
todos hemos escuchado atrocidades de la guerra civil española, de la
posguerra. Las denuncias por envidia, por nimiedades. “Cuando usted mata, ¿que
siente?” le preguntó mi abuela a un hombre que la encañonaba mientras saqueaban
su casa. “Pues al principio cuesta, no se lo quita uno de la cabeza, pero te
vas acostumbrando, y al final es como si fueras al pim, pam, pum de la feria.”
Cuánto
he despreciado yo a Bolinaga desde que vi su crueldad con Ortega Lara. Puedo entender que un ser débil sea manipulado por un
monstruo, como le ocurrió a Rekarte, un casi niño de 17 años. ¿Pero que un adulto disfrute con ello? ¿Estar
dispuesto a dejar que muera de hambre por el gusto de hacerlo?
Yo
también, como tú, Silvia, me gustaría saber, entender, entrar en esas mentes y contemplar su odio,
sus rencores, poder ponerme en su lugar y decir: ahora lo veo claro. Pero no
puedo, no entiendo. Locura es la palabra que utilizamos para constatar que no
entendemos nada.
Me
contaron que hubo una manifestación en Palestina en la que mujeres a las que
los israelíes habían matado a sus hijos, se abrazaron a mujeres a las que los
palestinos habían matado a los suyos, porque esa era la única forma que se les
ocurrió para poder acabar con la locura del enfrentamiento. Desgraciadamente no
lo lograron porque detrás de toda guerra hay dinero, intereses.
Hoy
he leído que el libro que ha escrito Rekarte está entre los cien más vendidos. No
sé qué decirte. Supongo que nos interesa saber por qué a un asesino no le
interesa el nombre de sus víctimas, el rastro del dolor que dejó tras él, por
qué ni siquiera lo hizo por odio.
Hannah
Arent trató ese tema en su obra “La banalidad del mal”, después de presenciar el
juicio a Eichman, el nazi que dirigió las SS y los campos de concentración.
Descubrió un tema que aterroriza, y es que personas normales pueden convertirse
en asesinos brutales. Esta filosofa judía es odiada por los que prefieren
explicarlo todo con esquemas simples que no dejen dudas y no obliguen a reflexionar. Ella puso de manifiesto que el
mal puede ser obra de gente común, de aquellos que renuncian a pensar para
abandonarse a la corriente de su tiempo.
“Lo
hacía porque cumplía ordenes” Así, sin más. Qué horrible reflexión.
Solo
te puedo decir que ETA ha dejado de matar, que ojalá no haya más hijos que
tengan que ver lo que tu has visto, que no tengan que vivir lo que tu has
vivido. Me gustaría decirte que esos criminales han sido vencidos con la templanza, con la persistencia, pero es que no
lo sé, es que no lo tengo claro.
Me
gustaría que bastara con decirte que ya no habrá más niños sufriendo lo que tú
sufriste. Me gustaría, pero no puedo.
Es difícil,
lo sé, pero lo único que nos queda después de tanto dolor, es el perdón, la
vida, el futuro y el olvido. De otra
forma quizá nunca logremos detener ese odio que crece y crece, que se trasmite
de generación en generación, que nunca muere, que aniquila y manipula a otros
para sacar tajada. Me gustaría confirmarte que algún día dejaran de existir
esos seres banales, numerosos, incapaces de conectar con su propia conciencia
cuando reciben una orden, los irreflexivos, los convencidos de su superioridad
moral, los que reducen la vida a blanco o negro, pero no puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario