jueves, 7 de enero de 2016

DE QUÉ VAMOS Y QUÉ VEMOS

           











Recuerdo un ejercicio que hicimos en clase, consistía en describir una fiesta a la que habíamos asistido. El experimento resultó interesantísimo porque daba la sensación de que habíamos ido a fiestas completamente diferentes. Uno se extendía sobre lo sustanciosa y rica que había sido la comida, otro; sobre lo bien presentados que estaban los platos, los detalles del mantel y los adornos, otra; sobre lo guapos que eran algunos invitados, las ropas, la conversación, la cultura o la distinción de los apellidos.  Algunos lo pasaron de miedo y otros se aburrieron un montón. Del anfitrión había múltiples versiones, y de la decoración de la casa, otras tantas.
El mundo es absolutamente diverso, lleno de facetas, por eso me encanta preguntar opiniones. Soy profundamente  curiosa y una de las actitudes que me llama más la atención es la visión que los hombre tienen sobre las mujeres. Ellos nos ven de una forma curiosa. Algunos escritores que narran en una primera persona femenina, reflejan un lado narcisista que está muy lejos de responder a la realidad. Todavía recuerdo a un compañero que nos leía cómo su “prota”, una mujer, por lo visto guapísima, se miraba en el espejo antes de acudir al trabajo y se regodeaba con sus turgentes pechos, como si los descubriera perpleja mañana tras mañana. Las compañeras nos moríamos de risa por esa visión sobre las mujeres. La verdad es que, a no ser que se los acabaran de poner, que se hubiese pasado la vida soñando con ellos o que le hubiesen costado un pastón, no conozco a ninguna mujer dispuesta a extasiarse, y mucho menos a las siete de la mañana, ante su exuberancia. Las mujeres, en general, somos bastante más inseguras de lo que los hombres piensan. Una mujer,  no ya guapa, sino rotunda, como denominaba un compañero a aquellas bellezas sobre las que no se admite replica, es capaz de magnificar un insignificante juanete o espinilla como para sentirse disminuida.  Un guapo, sea hombre o mujer,  nace con ello y lo vive con naturalidad. El problema es que actualmente no se nace sino que se hace, por lo que a lo mejor el alumno no andaba tan desencaminado a la hora de describir a su “prota”  cayendo rendida hacia esas protuberancias recién estrenadas.
No digo que la vanidad no exista, pero toda mujer sabe o debería saber, que la belleza, en numerosos casos y por desgracia, juega en su contra. Tengo un amigo que cuando le atiende una medica guapa, se mosquea. “Esa no debe saber ni una palabra. La han aprobado por guapa, estoy seguro”, me explica, y luego se queda tan pancho. Por eso distingo las que viven de su imagen, de aquellas a las las que precisamente su imagen se devalúa por enseñar de forma innecesaria sus encantos. Me refiero, no a Cristina Pedroche que vive del escandalo navideño, ni a Ana García Obregón que vive de la operación biquini desde el pleistoceno, sino a escritoras que para presentar sus libros cruzan las piernas y pasan el acto enseñando el muslamen.   Me pregunto si una editorial se juega su prestigio y su dinero por muslos, escotes o por la carne capaz de mostrar.

El mundo es complejo, diferente y con matices, por lo que cada uno decide de qué quiere ir por la vida, pero reconozcamos que no es lo mismo que Ronaldo se quite la camiseta para enseñar músculo después de un gol, que encontrarte a la cirujana que te va a operar enseñando turgentes en el quirófano. No, no es lo mismo. 

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