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En
el 15 M nos acercábamos con ilusión a la Puerta del Sol para ver cómo el pueblo
se rebelaba, unidos por el simple deseo de no tolerar la avaricia ni la
corrupción. La mayoría nos negábamos a aceptar el descomunal beneficio de quizá
tan solo un 1 por ciento, frente al deterioro y empobrecimiento de un 99 por
ciento. No estábamos dispuestos, lo imposible podría hacerse posible y ese era
el ideal que los indignados llevaron a la Puerta del Sol, y fueron seguidos en muchas
ciudades. No había líder, procedían de diferentes credos, diferentes razas,
religiones y creencias, unidos tan solo por el rechazo a lo que
ocurría a nuestro alrededor. Cada uno quería derribar una barrera, que variaba
según el lugar y las circunstancias, pero todos buscaban una comunidad mejor,
menos tolerante con la inhumanidad. Se trataba de poner fin a todo el
sufrimiento que se arrastraba. Era
necesario derribar esa muralla que suponía el fin de la injusticia, crear un
mundo nuevo y mejorado. Se encontró la fuerza en la calle, pero se ha
demostrado que la terea de los indignados es fácil en el derribo pero no en
diseñar y construir. Todos mirábamos con el aliento contenido ese espectáculo
de rebeldía, y hoy nos encontramos con que alguien ha cogido el timón y lo ha
hecho con todo el resentimiento de que es capaz. Su primera medida: colarnos
el odio mientras nos afanábamos contra la corrupción, contra la avaricia de los
bancos, contra la falta de justicia e impunidad. Mientras pedíamos justicia social, nos colaban sibilinamente el recuerdo de una guerra
que lejos de avergonzarlos, como nos debería avergonzar a todos, los enaltece. El
cambio de nombres de las calles, el ateísmo recalcitrante y agresor. Si hubiéramos
sabido que aquellos a los que admirábamos por su coraje para luchar por la
dación en pago y por la justicia, lo primero que harían al llegar al poder
sería revolver el odio, vestir a los Reyes Magos de Merlín el encantador, o
crear unas Reinas Magas para mofarse de unas ideas que ni les van ni les vienen, que esa valentía y fuerza que nos enamoró, las tomaron prestadas unos cuantos
para desmembrar España y volver a alentar el odio de nuestros abuelos, no
hubieran obtenido tanto apoyo. Nos han vuelto a engañar y una vez más hemos
vuelto a caer: “No era eso, no era eso”, dijo Ortega. No sabíamos que la
justicia social que buscábamos se iba a traducir de nuevo en un enfrentamiento,
ni en la separación de nuestro pueblo, ni en el odio africano a unas creencias.
Queríamos
evitar que se vendieran viviendas sociales a fondos buitres, queríamos tantas
cosas y soñábamos tanto, que no nos dimos cuenta de qué era lo que nos iban a
dar a cambio. Me gustaría que no se
pusieran de acuerdo, que no llegaran a lograr pactos y que se repitieran las elecciones,
porque se iban a llevar una gran sorpresa. Me gustaría que vieran que han
jugado con la buena voluntad de un pueblo que necesitaba mano dura; pero no
odio, justicia; pero no separación, laicismo; pero no mofa.
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