domingo, 17 de enero de 2016

FALLECIDO O MEDITANDO





                       








Existe un hombre que no se sabe si está vivo o muerto. Tiene doscientos y pico años pero se quedó en éxtasis y ahora no se sabe si su estado es de profunda meditación o fallecido. (quizá en los nuevos test que te ponen para entrar en los EEUU, incluyan la pregunta). Dicen que el hombre durante los doscientos y pico años de pensamiento y concentración perdió la nariz, pero eso no quiere decir nada, es solo eso, que la perdió. No se sabe si se le cayo el moquillo o fue una ráfaga de viento huracanado. El asunto forma parte del misterio.
Si ya me tenían preocupada los congelados del Everest que se utilizan de señalización para las expediciones, esto me ha trastornado completamente.
Este tipo de cosas las escucho por las noches los días de insomnio, si he cenado demasiado o si el vinito me sentó fatal, pero nunca había llegado a tanto. A esas horas en vez de emitir canciones de cuna para que los oyentes cojan el sueño, lo único que emiten son historias increíbles, espeluznantes y aterradoras para dejar a los insomnes hechos polvo y mantener las audiencias.
 Doy un respingo y me levanto a comer, porque no hay nada que consuele más que las galletas María a palo seco. Los temas esotéricos siempre me dieron hambre.  A veces, al despertar con noticias como esa, no sé si lo he soñado o realmente nuestro acontecer diario está plagado de misterios insondables. Me cuesta volver a coger el sueño y mi pesadilla me lleva al lama, porque lo que se me ha olvidado contar es que el hombre de doscientos y pico años es un lama en meditación, “profunda meditación” insisten los expertos. Lo imagino inmerso en una nube, atrapado entre dos mundos, como si se hubiese cogido la túnica en una puerta y ya no pudiese salir de allí. Me entra pánico. Lo que más miedo me da en el mundo es que después de muerta me quede ubicada en tierra de nadie, vagar por el espacio sideral dando vueltas como un asteroide, quedarme atrapada en una casa encantada, como la niña del palacio de Linares, diciendo chorradas sin parar, quedarme como flotando en lo oscuro, que se me caiga la nariz o las orejas y que las generaciones venideras vengan a cachondearse de mí aspecto. No me hubiera congelado como Walt Disney ni por todo el oro del mundo, y ahora resulta que eso es aleatorio, que si te pilla el pleno yoga mental la has fastidiado. Hasta ahora meditaba para calmar mis nervios cuando me decían en la farmacia que el medicamento de ochenta y cuatro con setenta y cinco euros que me recetó el cardiólogo no me lo cubre Muface. Ya le había cogido el tranquillo a la meditación y al “ooooom” cuando me encuentro con la posibilidad de quedarme en tierra de nadie por ansiosa. Me tomo un Relaxul para atemperar mi desasosiego y, mientras espero que haga efecto, el locutor, que está desbarrado, nos habla de un tío que lleva veintitrés años en “deja vu”. No puedo continuar la historia porque se me cierran los ojos y pierdo el sentido. Me duermo como un ceporro y se me queda interruptus la historia.
Nada más levantarme busco en el ordenador al monje. Tiene buen aspecto dentro de lo que cabe, luego al del “deja vu”, pero a ese no lo encuentro.
No hay nada como escuchar la radio a las tres de la madrugada para descubrir realidades paralelas, agujeros negros y misterios sin resolver.

Esta noche me pongo el despertador, faltaría más.

No hay comentarios: