La Navidad está hecha de ausencias. Es peligrosa porque al principio te lo da todo, hasta la magia. Pero de pronto, y sin saber porqué, comienza a arrancarte pedazos de lo que tú considerabas un derecho, de lo tuyo, de lo de siempre. Lo primero que te arranca es la ilusión, la simple ilusión de que unos reyes a los que no conoces, que viven muy lejos y visten capa de armiño, te quieran, te llamen por tu nombre y acaricien tu pelo delante de un fotógrafo. Seres superiores, magos y poderosos, que llenan tus zapatos de ilusiones. Y todo porque sí, porque así es la vida en ese momento, y así piensas que será para siempre. Nadie te va a querer nunca tan gratuitamente como lo hicieron ellos. Y esa es la primera ausencia, el primer engaño que debes digerir, el del amor. El cariño, la amistad y el respeto te lo tienes que ganar. Además, quién te asegura que no vas a recibir a cambio carbón; un carbón hecho de traiciones y engaños.
La Navidad regresa año tras año, a pesar de las ausencias, de la falta de seres queridos, de los reveses económicos y de las enfermedades. La Navidad vuelve con sus luces en las calles, con sus castañas asadas, con sus reyes dispuestos a querer a alguien a quien no conocen. Y la calle se viste de fiesta una vez más, aunque siempre habrá quien quiera arrancar las luces a bocados, que pedirá a gritos que callen los villancicos, que esos parientes de pacotilla dejen de sentarse a su mesa solo porque es Navidad.
Y sin embargo, este año, por primera vez después de muchos otros, disfruto de la Navidad. He paseado y mirado los escaparates con ilusión. He comprado dulces y turrones. He adornado mi casa y he organizado cenas familiares. Y la razón es sencilla, el año pasado, justo un año atrás, estuvo en peligro mi vida. No eran las ausencias de los otros lo que me deprimía, ni sus traiciones, ni sus engaños. No era una desgana festera, un desaliento por la fantochada, era mi propia ausencia lo que estaba en juego. No eran recuerdos de reyes ni de camellos, ni comidas tristes, ni rencillas. Era la realidad frente a frente, inmensa y dolorosa. Y la ausencia dejó de ser parcial para abarcarlo todo. Y quizás por eso dejé de recordar, desapareció el pasado, ya no programé el futuro, y la vida se redujo a un único día; el que vivo.
Hoy de nuevo es Navidad y la calle está adornada. Me gustan los belenes de la plaza mayor, huele a castañas asadas, el quiosquero me felicita las pascuas, y voy a regresar pronto a casa porque tengo que preparar un pavo relleno, y mañana… ¿Qué mañana?
La Navidad regresa año tras año, a pesar de las ausencias, de la falta de seres queridos, de los reveses económicos y de las enfermedades. La Navidad vuelve con sus luces en las calles, con sus castañas asadas, con sus reyes dispuestos a querer a alguien a quien no conocen. Y la calle se viste de fiesta una vez más, aunque siempre habrá quien quiera arrancar las luces a bocados, que pedirá a gritos que callen los villancicos, que esos parientes de pacotilla dejen de sentarse a su mesa solo porque es Navidad.
Y sin embargo, este año, por primera vez después de muchos otros, disfruto de la Navidad. He paseado y mirado los escaparates con ilusión. He comprado dulces y turrones. He adornado mi casa y he organizado cenas familiares. Y la razón es sencilla, el año pasado, justo un año atrás, estuvo en peligro mi vida. No eran las ausencias de los otros lo que me deprimía, ni sus traiciones, ni sus engaños. No era una desgana festera, un desaliento por la fantochada, era mi propia ausencia lo que estaba en juego. No eran recuerdos de reyes ni de camellos, ni comidas tristes, ni rencillas. Era la realidad frente a frente, inmensa y dolorosa. Y la ausencia dejó de ser parcial para abarcarlo todo. Y quizás por eso dejé de recordar, desapareció el pasado, ya no programé el futuro, y la vida se redujo a un único día; el que vivo.
Hoy de nuevo es Navidad y la calle está adornada. Me gustan los belenes de la plaza mayor, huele a castañas asadas, el quiosquero me felicita las pascuas, y voy a regresar pronto a casa porque tengo que preparar un pavo relleno, y mañana… ¿Qué mañana?